23. Ustedes, que aman al Señor, aborrecen el mal
En el versículo: “Los que amáis al Señor, aborreced el mal; Él preserva las almas de Sus santos, Él las ha liberado del poder de los malvados”, se interpreta que no es suficiente amar al Creador y desear ser recompensado con la adhesión a Él, sino que uno también debe aborrecer el mal.
El aborrecer el mal se explica como el odio al mal, denominado “el deseo de recibir”. Y uno ve que no tiene forma de liberarse de él, y al mismo tiempo, rehúsa aceptar esa situación. Y uno siente las pérdidas que le ocasiona el mal, y también ve cuál es la verdad, comprueba que no puede anular esa maldad por sí mismo, debido a que se trata de una fuerza natural que nos llega del Creador, que dejó impreso el deseo de recibir en la persona.
El verso nos dice qué podemos hacer, esto es, aborrecer el mal. Y de esta forma el Creador lo guardará del mal, tal como está escrito: “Él preserva las almas de Sus santos”. ¿Qué quiere decir preservar? “Él las ha liberado del poder de los malvados”. En ese estado uno ya puede considerarse afortunado, pues ya tiene cierto grado de contacto con el Creador, por más pequeño que uno sea.
De hecho, en lo referente al mal, este le sirve a uno como Ajoraim (parte posterior) del Partzuf. Pero esto es sólo como resultado de su corrección: mediante un sincero desprecio por este mal, este es corregido y asume una forma de Ajoraim. El aborrecimiento aparece debido a que si uno desea lograr adherirse al Creador, y se comporta de acuerdo a la costumbre que existe entre los amigos, es decir, que si dos personas llegan a descubrir que cada una aborrece lo mismo que su amigo, y a la vez ama lo mismo que su amigo ama, entonces alcanzan una unión perpetua, como una estaca que no se derrumbará jamás.
Por lo tanto, ya que el Creador ama otorgar, los inferiores también deben acostumbrarse sólo a desear otorgar. El Creador, además, detesta ser un receptor, pues Él es absolutamente pleno y no carece de nada. Por ende, el hombre también debe detestar lo relativo a la recepción para beneficio propio.
De todo lo anterior resulta que uno debe despreciar de manera profunda el deseo de recibir, pues todos los desastres del mundo surgen sólo del deseo de recibir. Y al aborrecerlo, uno lo corrige y se rinde ante la Kedushá (Santidad).