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19. ¿Qué significa “El Creadoraborrece los cuerpos”, en el trabajo?

Lo escuché en 1943, en Jerusalén

El Sagrado Zóhar declara que el Creador abo­rrece los cuerpos. Debemos interpretar de esto que se refiere al deseo de recibir, que es llamado Guf (cuerpo). El Creador creó Su mundo en Su gloria, según está escrito: “Todo aquel que es lla­mado por Mi Nombre, a quien Yo he creado para Gloria Mía, Yo le he formado, lo he hecho”.

Por lo tanto, esto se opone al argumento que esgrime el cuerpo y que dice que todo es para él, para su propio beneficio, mientras que el Creador dice lo contrario: que todo debe ser para benefi­cio de Él. Por eso, explicaron nuestros sabios que el Creador dice: “él y Yo no podemos habitar en la misma morada”.

Entonces, resulta que el principal agente se­parador que nos impide estar adheridos con el Creador, es el deseo de recibir. Se hace palpable cuando llega la maldad, es decir, cuando viene el deseo de recibir y cuestiona de este modo: ¿Por qué deseas trabajar para beneficio del Creador? Nosotros creemos que habla como lo hacen los humanos, y que desea entender con el intelecto.

Sin embargo, esto no es cierto, ya que no pregun­ta para quién está trabajando uno. Este es, cierta­mente, un argumento racional que se despierta en quien hace uso del intelecto.

En cambio, el argumento de los malvados es un cuestionamiento físico, pues pregunta lo si­guiente: “¿Qué buscas con este trabajo?”. En otras palabras, ¿qué provecho obtendrás a cam­bio del esfuerzo que estás realizando? Con esto quiere decir: Si no estás trabajando para ti mis­mo, ¿qué ganará de todo esto el cuerpo, llamado “el deseo de recibir para uno mismo?”.

Dado que se trata de un argumento corporal, la única respuesta válida también debe ser cor­poral: “Desafiló sus dientes, y de no haber estado allí, no habría sido redimido”. ¿Por qué? Porque el deseo de recibir para uno mismo no obtiene re­dención, ni siquiera en el tiempo de la redención. Eso se debe a que esta llegará cuando todas las ganancias penetren los Kelim (vasijas) de otorga­miento, y no los Kelim de recepción.

El deseo de recibir para sí mismo debe perma­necer siempre carente, ya que el hecho de llenar el deseo de recibir representa la verdadera muerte. La razón de esto es que la creación principalmente es para Su gloria, y esto es una respuesta a lo que está escrito: que Su deseo es hacer el bien a Sus criaturas, y no a Sí Mismo.

La interpretación de esto es que la esencia de la Creación es revelar a todos que el propósito de la misma es hacer el bien a Sus criaturas. Con­cretamente, cuando uno declara haber nacido para honrar al Creador. En ese momento, en esas vasijas se manifiesta el propósito de la creación: hacer el bien a Sus criaturas.

A causa de esto, uno siempre debe examinarse a sí mismo y analizar el propósito de su traba­jo, es decir, si el Creador recibe satisfacción de cada acción que uno ejecuta, porque desea alcan­zar la equivalencia de forma. A esto se le llama: “Todas tus acciones serán para el Creador”. Y quiere decir que uno desea que el Creador dis­frute cualquier cosa que uno haga, tal como está escrito: “Para deleitar a su Hacedor”.

Además, uno necesita conducirse con el de­seo de recibir, y decirle: “Ya he decidido que no quiero recibir más placer porque tú desees dis­frutar. La razón de esto es que por tu deseo me veo forzado a separarme del Creador, ya que la disparidad de forma provoca separación y dis­tanciamiento de Él”.

Debido a que uno no puede liberarse de la do­minación del deseo de recibir, su esperanza debe estar centrada en poder experimentar estados de ascensos y descensos de manera permanente. De este modo, la persona aguarda por el Crea­dor para lograr que Él le abra los ojos y pueda tener la fuerza de sobreponerse y trabajar sólo en beneficio de Él. Esto es lo que está escrito: “Una cosa he pedido al Señor, y esta buscaré”. Cuando dice “esta” se refiere a la Sagrada She­jiná (Divinidad). Y uno pide (Salmos 27:4) “que habite yo en la casa del Señor todos los días de mi vida”.

La casa del Señor es la Sagrada Shejiná. Y ahora podemos comprender lo que nuestros sa­bios dijeron acerca del versículo “Y tomaréis el primer día”; esto es, el primero en el conteo de las iniquidades. Debemos entender por qué existe regocijo si hay lugar a un conteo de iniquidades. Se ha dicho que debemos saber que existe una cuestión de importancia en el trabajo, cuando hay un contacto entre el individuo y el Creador.

Esto quiere decir que uno siente que necesita al Creador, puesto que en el estado de labor ve que no hay nadie en el mundo que lo pueda sal­var del estado en el que se encuentra, sino sólo el Creador. Entonces ve que “No existe nadie más que Él” que pueda salvarlo del estado en el que se encuentra y del cual no puede escapar.

A esto se le llama tener un contacto estrecho con el Creador. Y uno no sabe apreciar este con­tacto, es decir, debe creer que se encuentra en adhesión con Él cuando todos los pensamientos de uno estén concentrados en el Creador, y que entonces Él le ayudará. De lo contario, uno sen­tirá que está perdido.

Sin embargo, quien obtiene la Providencia particular y ve que el Creador es quien hace todo, según está escrito en la frase “Sólo Él es quien realiza y realizará todos los hechos”, como es natural, no tiene nada que añadir, y en todo caso, no le queda espacio para elevar una plega­ria pidiendo ayuda al Creador. Esto es así porque descubre que, aun sin su plegaria, el Creador de cualquier manera hace todo.

No obstante, alguien agraciado con la Pro­videncia particular, ve que es el Creador quien hace todo, como está escrito: “Él, y sólo Él, hace y hará todas las acciones”, y obviamente no tiene nada que añadir. Y, en cualquier caso, no ve que haya lugar para rogar por la ayuda del Creador. Esto sucede así porque él ve que, aun sin su ple­garia, es Él Creador quien todo lo hace.

Por ende, en ese momento uno no encuentra un espacio que le permita realizar buenas accio­nes, ya que descubre que todo es realizado por el Creador, y sin su participación. Así, en ese esta­do uno no necesita al Creador para que le ayude en nada. Por consiguiente, en ese momento la persona no tiene contacto con Él, no siente nece­sidad de Él como para verse perdida si no recibe Su ayuda.

Entonces, resulta que no posee el contacto que tenía con Él durante la labor esforzada. Se dice que esto es comparable a una persona que se en­cuentra entre la vida y la muerte, y le pide a su amigo que le salve de morir. ¿De qué forma se lo pide a su amigo? Trata de pedirle a su amigo que se apiade de él y le salve de la muerte con todos los medios que estén a su alcance. Y de seguro, nunca olvida rogar a su amigo, ya que de lo con­trario, ve que perderá su vida.

Sin embargo, cuando alguien le pide a su ami­go cosas lujosas que no son tan necesarias, signi­fica que el ruego no está tanto en adhesión –para que su amigo le dé lo que pide-, hasta el punto de que su mente no se desvíe de la petición. Vemos, pues, que con aquellas cosas que no son de vida o muerte el solicitante no se encuentra tan adhe­rido al otorgante.

De este modo, cuando uno siente que debería pedir al Creador que le salve de la muerte, del estado de “los malvados en sus vidas se consi­deran muertos”, el contacto entre la persona y el Creador es más próximo. Por esta razón, para los hombres rectos un lugar de trabajo consiste en necesitar la ayuda del Creador; de lo contrario, se encontrará perdido. Esto es lo que anhelan los justos: un lugar donde trabajar para estar en con­tacto y proximidad con el Creador.

De esto se desprende que si el Creador da lu­gar al trabajo, estos justos sienten gran regocijo. Por eso ellos dijeron: “primero para el conteo de las iniquidades”. Para ellos es un regocijo tener un lugar para trabajar, es decir, que ahora están necesitados del Creador y pueden entrar en con­tacto con Él. Esto es porque uno no puede venir al Palacio del Rey a menos que sea por algún propósito.

Este es el significado de “Y tomaréis”, por­que “todo se encuentra en las manos de Dios, excepto el temor de Dios”. Dicho de otra forma, el Creador puede dar Luz en abundancia, porque esto es lo que Él tiene. Pero la oscuridad y la carencia, no están bajo Su dominio.

Debido a que hay una regla que dice que exis­te temor de Dios sólo desde un lugar de caren­cia -y el lugar de carencia es el deseo de recibir-, significa que sólo ahí existe un lugar para tra­bajar. ¿Dónde? Justo allí donde se presenta esa resistencia.

El cuerpo viene y pregunta: “¿Qué significa este trabajo?” Y uno no tiene nada qué contestar a esa pregunta. Luego, uno debe asumir la car­ga del Reino del Cielo por encima de la razón, “como un buey con su yugo y como un asno con su carga”; es decir, sin discutir. En cambio, Él dijo, y Su voluntad fue cumplida. A esto se le llama “tú”, en otras palabras, que este traba­jo, el trabajo que tu deseo de recibir necesita, te pertenece sólo a ti, y no a Mí. Es decir, un trabajo obligado por el deseo de uno de recibir.

No obstante, si el Creador le proporciona cier­ta iluminación de Arriba a alguien, el deseo de recibir se rinde y se anula como una vela frente a una antorcha. De esta forma, uno ya no tiene labor alguna, puesto que ya no necesita aceptar sobre sí la carga del Reino del Cielo de forma coaccionada, “como un buey con su yugo y como un asno con su carga”, como está escrito en “los que amáis al Señor, aborreced el mal”.

Esto quiere decir que el amor de Dios se ex­tiende sólo desde un sitio donde hay maldad. En otras palabras, en la proporción que uno despre­cie el mal, y vea de qué forma el deseo de recibir le molesta en su intento de alcanzar y completar su misión, en esa misma medida necesita obtener el amor de Dios.

Sin embargo, si uno no siente que tiene mal­dad, no puede tener garantías de que obtenga el amor de Dios, porque no siente necesidad de eso, pues ya ha logrado satisfacción de su trabajo.

Como ya hemos dicho, uno no tiene que eno­jarse cuando tiene dificultades con el deseo de recibir que le obstruye su trabajo. Ciertamente, uno estaría más satisfecho si el deseo de recibir hubiera estado ausente del cuerpo, y no suscita­ra todos esos cuestionamientos en la persona, obstaculizando su trabajo de observar la Torá y las Mitzvot (preceptos).

Pero uno debe sentir que los obstáculos del deseo de recibir en su trabajo le son enviados desde Arriba. Uno recibe la fuerza para descu­brir el deseo de recibir desde Arriba, porque hay lugar para trabajar precisamente allí donde des­pierta el deseo de recibir.

Entonces, uno llega a estar en contacto próxi­mo con el Creador para poder transformar el de­seo de recibir en un deseo con el fin de otorgar. Y debe estar convencido de que a través de eso le hace llegar satisfacción al Creador, desde su rezo a Él, para acercarse a Él por medio de la ad­hesión, que se denomina equivalencia de forma, la cual se discierne como la anulación del deseo de recibir para que este sea con el fin de otorgar. Al respecto, dice el Creador: “Mis hijos me han vencido”. Es decir, les he dado el deseo de reci­bir, y ustedes Me piden, en cambio, que les dé el deseo de otorgar.

Ahora podemos interpretar lo que se men­ciona en la Guemará (Julin p.7): “Cuando Rabí Pinjas Ben Yair iba a redimir a los cautivos, se encontró con el río Guinaí (nombre del río) y le dijo a Guinaí: ‘Divide tus aguas y yo pasaré a través de ti’. Este le contestó: ‘Harás la voluntad de tu Hacedor, y yo haré la voluntad del mío. Tú quizás lo hagas, quizás no; mientras que yo cier­tamente lo haré’”.

Él explicó que el significado de esto es que le dijo al río, que representa el deseo de recibir, que le permitiera atravesarlo y alcanzar el grado de hacer la voluntad de Dios, que quiere decir hacer todo con el fin de otorgar satisfacción a su Hace­dor. El río, que es el deseo de recibir, respondió que, ya que el Creador le había creado con esta naturaleza de recibir placer y deleite, no deseaba modificar tal naturaleza con la que Él lo había creado.

Rabí Pinjas Ben Yair le declaró la guerra, es decir, quiso convertirlo en el deseo de otor­gar. A esto se le llama “declararle la guerra a la creación” que el Creador creó en la naturaleza, llamada deseo de recibir, y que comprende la creación entera, definida como “existencia de la ausencia”.

Uno debe saber que durante el trabajo, cuando el deseo de recibir se dirige a la persona con todo tipo de argumentaciones, no hay argumentos ni razonamientos de ningún tipo que puedan servir. A pesar de que uno piense que son argumentos justificados, esto no le ayudará a vencer su pro­pio ego.

Por el contrario, está escrito: “Él desafila sus dientes”. Esto implica avanzar sólo por medio de acciones, y no de argumentos. Quiere decir que uno debe aumentar su poder por la fuerza. Este es el sentido de lo que escribieron nuestros sabios: “Está coaccionado hasta que dice ‘yo quiero’”. Dicho de otro modo, por medio de la persistencia, el hábito se torna en una segunda naturaleza.

Uno debe intentar, específicamente, tener un fuerte deseo de obtener la voluntad de otorgar y de sobreponerse al deseo de recibir. Al hablar de un fuerte deseo quiere decir que este es medido de acuerdo a la proliferación de las pausas y de los descansos intermedios; esto es, de las suspen­siones entre cada logro o superación.

A veces, en el medio, uno recibe una suspen­sión, es decir, un descenso. Este descenso puede consistir en una suspensión de un minuto, una hora, un día o un mes. Después, uno reanuda el trabajo de trascender el deseo de recibir, y los intentos de alcanzar el deseo de otorgar. Cuando habla de un fuerte deseo, quiere decir que la sus­pensión no le lleva un período largo de tiempo, sino que inmediatamente es despertado para con­tinuar su trabajo.

Es parecido a una persona que intenta romper una gran roca. Toma un gran mazo y golpea mu­chas veces durante el día entero. Pero los golpes no son contundentes. Es decir, no realiza cada golpe con gran impulso, sino que baja el mazo lentamente. Luego se queja diciendo que esta ta­rea de romper la roca no es para él, y que sólo un héroe podría tener la habilidad de romper esta gran roca. Dice que no nació con tal poder como para poder romper la roca.

Sin embargo, quien levante este gran mazo y golpee la roca con un gran impulso, es decir, no lentamente, sino con un gran esfuerzo, logrará que la roca se rinda ante él y se rompa. A esto se refiere la frase: “como un martillo romperá la roca en pedazos”.

De igual manera, en el trabajo sagrado, cuyo propósito es llevar los Kelim (vasijas) de recep­ción a la Kedushá (Santidad), también tenemos un gran martillo. Es decir, las palabras de Torá que nos proveen buenos consejos. Pero si la ob­servancia de la Torá no es constante, sino con largas pausas entre medio, uno termina abando­nando la campaña y declarando que no fue hecho para esto, sino que este trabajo requiere a alguien que haya nacido con alguna destreza especial. No obstante, uno debe creer que cualquiera pue­da alcanzar la meta, aunque siempre deba tratar de incrementar los esfuerzos que realiza para su­perar los obstáculos. De ese modo podrá romper la roca en corto tiempo.

También debemos saber que aquí existe una condición muy dura con respecto al esfuerzo para entrar en contacto con el Creador: el esfuer­zo debe estar bajo la forma de ornamento. El or­namento simboliza algo que es importante para la persona. La persona no puede trabajar con ale­gría si la labor carece de importancia para ella. Por lo tanto, uno debe sentir regocijo por tener ahora contacto con el Creador.

Este asunto se encuentra representado en el Etrog o cidra, que es el fruto de un árbol de cí­tricos (en hebreo, cítrico es Hadar, proveniente de Hidur que es belleza). Está escrito que este debe estar limpio “por encima de su nariz”. Es sabido que aquí hay tres discernimientos: a) or­namento b) fragancia, c) sabor.

El sabor implica que las Luces son volcadas desde Arriba hacia abajo, es decir, debajo de Pe (Boca), donde están el paladar y el gusto. Esto significa que las Luces entran en las vasijas de recepción.

La fragancia implica que las Luces llegan desde abajo hacia Arriba, quiere decir que entran en las vasijas de otorgamiento, en forma de re­cepción y no de otorgamiento, debajo del paladar y la garganta. Esto se discierne como el dicho acerca del Mesías: “y él olerá en el temor de Dios”. Se sabe que el aroma se le atribuye a la nariz.

El embellecimiento implica hermosura o adorno, y uno lo discierne más allá de su nariz, pues carece de fragancia. Esto significa que aquí no hay sabor ni olfato involucrados. Por lo tan­to, ¿qué hay allí por medio de lo cual uno pueda subsistir? Sólo el ornamento en ello, y esto es lo que lo sostiene.

En el citrón vemos que la belleza se manifiesta precisamente antes de estar apto para ser comi­do. Pero cuando está listo para ser comido, ya no hay más belleza en él.

Esto se refiere al trabajo de primero con­tar las iniquidades. Significa que precisamente cuando uno trabaja bajo la forma de “tomaréis”, que es la labor durante la aceptación de la car­ga del Reino de los Cielos, y que es cuando el cuerpo se resiste, justamente ahí hay lugar para el regocijo del embellecimiento.

Esto quiere decir que durante esta labor el or­namento se hace visible, es decir, que si se rego­cija de su trabajo se debe a que lo considera bello y no una deshonra.

En otras palabras, a veces uno desprecia esta labor de asumir la carga del Reino de los Cielos, que es un tiempo de sensación de oscuridad, en que descubre que nadie puede salvarlo de su es­tado presente salvo el Creador. Entonces acepta el Reino de los Cielos por encima de la razón, “cual un buey con su yugo y cual un asno con su carga”.

Uno debe alegrarse ahora de tener algo que darle al Creador, y Él disfruta porque uno tenga algo para darle. Pero uno no siempre tiene la fuer­za para decir que este sea un trabajo atractivo, llamado embellecimiento; y a veces termina des­preciando esta labor.

Esta es una condición muy difícil para que la persona pueda decir que elige esta labor antes que el trabajo de blancura, esto es, que no per­cibe el sabor de la oscuridad durante el trabajo, pero que luego siente el gusto de la labor. Signi­fica que entonces ya no necesita trabajar para que el deseo de recibir acepte asumir el Reino de los Cielos por encima de la razón.

Si uno consigue superarse y afirmar que esta labor es placentera cuando cumple la Mitzvá (precepto) de la fe por encima de la razón, y acepta este trabajo como belleza y elegancia, esto se llama “el regocijo en la Mitzvá”.

Esto quiere decir que la plegaria es más impor­tante que la respuesta a la misma. Esto se debe a que en el rezo uno tiene un lugar para trabajar, y necesita al Creador. Es decir, espera la gracia del Cielo. Entonces se encuentra en verdadero contacto con el Creador, y de esa forma se está en el Palacio del Rey. Pero cuando la plegaria re­cibe respuesta, ya ha salido del Palacio del Rey, puesto que ya ha tomado lo que había pedido, y ha partido.

De acuerdo con esto debemos entender el ver­sículo siguiente: “Tus aceites desprenden una deliciosa fragancia; tu nombre es como aceite derramado”. El aceite recibe el nombre de “la Luz Superior” cuando fluye. Cuando dice “de­rramado” implica durante el cese de la abundan­cia. Entonces permanece la fragancia del aceite (“fragancia” implica que ha quedado una Reshi­mó (reminiscencia) de lo que antes tenía). Mien­tras que el ornamento, por otra parte, aparece en un sitio desprovisto de todo asidero, donde ni siquiera brilla una Reshimó.

Este es el sentido de Átik y AA (Árij Anpin). Durante el período de expansión de la abundan­cia recibe el nombre de AA, que es Jojmá (sa­biduría), es decir, la Providencia manifiesta. Átik viene de la palabra VaYeatek (separación). En otras palabras, se refiere a la salida de la Luz. Dicho de otro modo, no brilla. Y esto recibe el nombre de ocultamiento.

Este es el tiempo del rechazo a las vestimen­tas, que también es el tiempo de la recepción de la corona del Rey, que recibe el nombre de Maljut (Reino) de Luces, la cual es considerada como El Reino del Cielo.

En el Sagrado Zóhar está escrito acerca de este asunto: “La Sagrada Shejiná le dijo a Rabí Shimon ‘no hay donde esconderse de ti’”. Esto quiere decir que aun en el mayor de los oculta­mientos que exista en la realidad, aceptará sobre sí la carga del Reino del Cielo con gran alegría.

La razón de esto es que sigue un lineamiento marcado por el deseo de otorgar, y así da lo que está en sus manos dar. Si el Creador le da más, él da más. Y si no tiene nada para dar, se para como una grulla y llora ante el Creador para que Él le salve de las aguas del mal. Por ende, también de este modo está en contacto con el Creador.

El motivo de que este discernimiento reciba el nombre de Átik, siendo Átik el grado más alto, es que cuanto más lejos de ser vestido se encuentra algo, más alto se encuentra. Uno puede ver esto en la cosa más abstracta, que es el cero absoluto, puesto que allí no llega la mano del hombre.

Esto significa que el deseo de recibir puede aferrarse sólo allí donde haya cierto grado de ex­pansión de la Luz. Antes de que uno pueda puri­ficar sus Kelim (vasijas) de modo que no manci­lle la Luz, no es apto para que la Luz se expanda hasta él y entre en sus Kelim. Solamente cuando uno marcha por el camino del otorgamiento, ya sea por medio de su mente o de su corazón, por un lugar donde el deseo de recibir no esté presen­te, allí la Luz podrá llegar en su total perfección. En ese caso la Luz llega a uno bajo una sensación por la que puede sentir la excelsitud de la Luz Superior.

No obstante, cuando uno no ha corregido sus Kelim para que estén sintonizados con el fin de otorgar, y cuando la Luz llega a una forma de expansión, La Luz debe restringirse y brillar sólo de acuerdo con la pureza de los Kelim. Por lo tanto, en ese momento la Luz aparenta estar completamente disminuida. Por ende, cuando la Luz se abstrae de vestirse en los Kelim, Ella puede brillar en todo su esplendor y claridad, sin ningún tipo de restricción respecto al inferior.

De esto se desprende que la importancia de la labor surge precisamente cuando uno llega a un estado de cero, es decir, cuando ve que anula su ser y su existencia por completo, pues ahí el deseo de recibir no tiene dominio alguno. Sólo entonces entra uno a la Kedushá.

Debemos saber que “Dios ha hecho a uno en oposición al otro”. Esto significa que en la misma medida de revelación que haya en Kedushá, se despertará la Sitra Ajra. En otras palabras, cuan­do uno reclama “es todo mío”, es decir, que el cuerpo entero pertenece a la Kedushá, la Sitra Ajra también arguye contra este sosteniendo que el cuerpo entero debería servirle.

Por lo tanto, uno debe saber que cuando ve que el cuerpo reclama pertenecer a la Sitra Ajra, y grita a toda voz las famosas preguntas “quién” y “qué”, es una señal de estar recorriendo el ca­mino de la verdad, esto es, que su única inten­ción consiste en satisfacer a su Hacedor. De esta forma, el principal trabajo se encuentra precisa­mente en ese estado.

Uno debe saber que es una señal de que este trabajo está orientado hacia el objetivo. La señal indica que está luchando y que envía sus flechas a la cabeza de la serpiente, puesto que esta chi­lla y arguye reclamando qué” y quién”, en el sentido de “¿Qué significa para ustedes este servicio?”. En otras palabras, ¿qué ganarán por trabajar sólo por el Creador y no para ustedes mismos?”. Y el reclamo de quién” implica que es el Faraón quien reclama y dice: “¿Quién es el Señor para que yo le obedezca?”.

Pareciera como si el quién” fuera un argu­mento racional. Es normal que cuando a alguien se le dice que vaya a trabajar para alguien más pregunte para quién. Por lo tanto, cuando el cuerpo reclama: “¿Quién es el Señor para que yo le obedezca?”, se trata de un cuestionamien­to racional.

Sin embargo, de acuerdo con la máxima, po­demos sostener que la razón no es un objeto de por sí, sino más bien es un espejo a través del cual aquello que se encuentra presente en los sentidos también lo está en la mente. Y este es el sentido de “Y los hijos de Dan: Hushim (sen­tidos)”. Esto quiere decir que la mente juzga solamente de acuerdo con lo que los sentidos le permiten escrutar, y en la medida que le permitan idear e inventar todo tipo de aparatos y estructu­ras mentales que encajen con las exigencias de los sentidos.

Dicho de otro modo, la mente trata de conce­der sus deseos a los sentidos, de acuerdo con lo que estos demanden. No obstante, la mente no tiene necesidad alguna de sí misma, sea cual sea la demanda. Entonces, si surge en los sentidos una demanda por el atributo de otorgamiento, la mente opera de acuerdo con una directriz en be­neficio del otorgamiento, sin plantear preguntas, pues esta se encuentra meramente al servicio de los sentidos.

La mente se parece a quien está mirándose al espejo para ver si está sucio. Y todos los sitios que el espejo le muestra están sucios, por lo cual va a lavarse y limpiarse, puesto que el espejo le enseña que en su rostro hay cosas feas que deben ser limpiadas.

Sin embargo, lo más difícil de todo es saber qué es lo que se considera fealdad. ¿Es acaso el deseo de recibir que viene a ser la demanda que realiza el cuerpo para hacer todo para uno mis­mo? ¿O es, en cambio, el deseo de otorgar aque­lla fealdad que el cuerpo no puede tolerar? La mente no lo consigue analizar, pues es como el espejo, que no puede determinar qué es fealdad y qué es belleza, porque todo depende de los senti­dos, y sólo estos pueden determinarlo.

Entonces, cuando uno se habitúa a trabajar de forma coaccionada, para llegar a trabajar a fa­vor del otorgamiento, la mente también opera si­guiendo directrices de otorgar. En ese momento, cuando los sentidos ya se han acostumbrado a trabajar para otorgar, es imposible que la mente haga la pregunta “quién”.

En otras palabras, los sentidos no preguntan más, “¿qué significa este rito para ustedes?”, de­bido a que ya se encuentran trabajando con la intención de otorgar, y, naturalmente, la mente plantea la pregunta “quién”.

Podemos encontrar, entonces, que la esencia del trabajo radica en la pregunta, “¿qué significa este rito para ustedes?”. Y lo que uno oye, es de­cir, cuando el cuerpo pregunta “quién”, se debe a que el cuerpo no desea degradarse de esta ma­nera. Por esta razón realiza la pregunta “quién”, que es como si estuviera haciendo una pregunta racional, pero lo cierto es que, como ya hemos dicho antes, la labor principal radica en el “qué”.

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