Vamos a hablar ahora de la forma en que la Cabalá nombra a la Luz.
Será más sencillo si se refieren ustedes a la lista que sigue. Tenemos cinco fases:
Fase cero Shoresh, llamada Keter
Fase uno Alef, llamada Jojmá
Fase dos Bet, llamada Biná
Fase tres Gimel, llamada Zeir Anpin
Fase cuatro Dalet, llamada Maljut
Una consulta rápida a un diccionario hebreo/inglés nos confirmará que Alef, Bet, Gimel y Dalet son las primeras
cuatro letras del alfabeto hebreo. Es importante apuntar que los nombres Keter, Jojmá, Biná, Zeir Anpin y Maljut no
son nombres de criaturas, sino más bien nombres de las fases en el proceso de la Creación.Así es que cuando decimos Maljut,
estamos hablando de la criatura tal como se encuentra en esta etapa.
En cada fase, hay un tipo de Luz diferente, por lo menos desde nuestra perspectiva. En realidad, no existe sino una sola Luz y la
diferencia que sentimos se debe totalmente a nuestra propia percepción. La fase de la raíz, Shoresh, corresponde a la Luz
llamada Keter. La fase uno, Alef, corresponde a la Luz llamada Jojmá. La fase dos, Biná, corresponde a la Luz llamada Jassadim.
La fase tres, Zeir Anpin, corresponde a la combinación de las primeras dos Luces, tanto Jojmá como Jassadim. La fase cuatro,
Maljut corresponde a la Luz de Jojmá una vez más.
Cuadro 1
La palabra hebrea para la palabra Luz es Ohr. Los lectores perspicaces verán la relación entre Ohr Jojmá y el Creador dando
placer, así como Ohr Jassadim, la criatura rechazando el placer.
Diagrama 2. Cuatro fases de la emanación de la Luz
Nuestra existencia está basada en un solo hecho. Todo lo que existe en el
universo entero es el deseo del Creador de deleitarnos a nosotros y a nuestro
deseo de este placer. Todo en el universo ocurre de conformidad a esta ley. Existimos
totalmente bajo su regla. Todas las diversas especies que existen, ya sea la inanimada,
la vegetal, la animada o la parlante, cada pequeño y solitario objeto desea recibir placer,
recibir una chispa de la Luz.
Fuimos creados con un único propósito, que al recibir la Luz del Creador, experimentemos un placer
infinito y perdurable, pero no egoístamente, sino de una manera perfecta y absoluta. Si la Luz entra
en la vasija y la llena completamente, entonces esta vasija ya no puede recibir porque el deseo se
satura con la Luz; y en ausencia del deseo, el placer se extingue también. Es un círculo vicioso.
Deseamos el placer, recibimos placer, el placer apaga al deseo, y por lo tanto, ya no se siente el placer.
Es justamente este problema que resuelve el sistema espiritual de la Cabalá.
Únicamente podemos recibir interminablemente si no recibimos para nuestro propio beneficio, esto es,
que disfrutemos para Aquel que nos lo otorga. De esta forma, la Luz que entra en la vasija no neutraliza
el deseo de recibir. Nuestra experiencia nos enseña que cuando tenemos hambre y comemos, al cabo de un rato
ya no sentimos hambre aun cuando nos ofrezcan los platillos más deliciosos. El placer se experimenta en la
línea que divide el placer mismo y el deseo por obtenerlo. Sin embargo, tan pronto el placer entra en el deseo
y empieza a satisfacerlo, el deseo lentamente se desvanece. Y si el placer es más fuerte que el deseo, entonces
hasta puede provocar repulsión.
Así que se nos presenta un problema, pero lo bueno es que contamos con la solución.
El Creador ideó un sistema que le proporciona a Su criatura un remedio para este predicamento.
Si elegimos experimentar placer al mismo tiempo que complacemos a los demás, en lugar de retenerlo
dentro de nosotros mismos, el placer no tiene fin, ya que este placer depende de que tanto podemos dar.
Entre más placer le demos a la gente, más placer experimentaremos. Dicho de otra forma, yo vivo fuera de mi mismo,
fuera de mi deseo de recibir. Esta situación origina la existencia eterna, un estado de perfección, que es uno de los
atributos del Creador. Este es justamente el estado en el que el Creador quiere acomodarnos.
A primera vista, la idea parece totalmente descabellada. Pero piénselo detenidamente.
Supongamos que todo lo que conocemos funcionara al revés y en lugar de experimentar placer cuando alguien hace
algo por nosotros, ocurriera todo lo contrario. Imaginemos que cada vez que nosotros hiciéramos algo por otra
persona recibiéramos un placer tan increíble que sobrepasara cualquier otro placer que hubiéramos experimentado
hasta entonces, por haber hecho algo para nosotros mismos o haber recibido algo de otra persona.
En ese caso, nos formaríamos en la fila para dar y mirar a quién no tendría la menor importancia.
Entre más diéramos, más placer recibiríamos. En un abrir y cerrar de ojos, todo nuestro mundo cambiaría.
Y por más absurdo que parezca, este es exactamente el destino hacia el que nos dirigimos.
Si la criatura, la vasija, elige únicamente recibir, se encierra dentro de una trampa.
El problema es que al recibir por uno mismo, únicamente se puede sentir lo que está adentro de uno mismo.
Si la criatura pudiera sentir el placer que experimenta el Creador al otorgar deleite a la Creación, sentiría
el placer indefinidamente, al igual que una madre, que sin ningún egoísmo les da a sus hijos. Pero en el estado
actual, todos perdemos.
Afortunadamente, contamos con un sistema absolutamente perfecto dentro del cual podríamos existir,
pero para desgracia nuestra, hemos elegido no existir en él. Al alcance de nuestra mano, tendríamos el
conocimiento ilimitado, existencia infinita y una sensación de eternidad y armonía. En este sistema, el Creador
constantemente derrama Luz a sus criaturas. Pero, la criatura sólo puede recibir la Luz cuando deleita al Creador.
La Cabalá define este sistema como la Luz Retornante (Ohr Hozer) frente a la Luz Directa (Ohr Yashar) que el
Creador envía.
Pero, para que el sistema exista, la criatura antes que nada debe tener el deseo de atraer la Luz Directa.
Anteriormente, habíamos hablado de la pantalla que refleja, igual como funciona el tímpano o la retina de los ojos.
Aquí es donde la pantalla entra en escena. La pantalla debe colocarse entre la Luz Directa y la criatura.
Esta pantalla, que se conoce en Cabalá como un Masaj, impide a la criatura recibir para su propio beneficio.
Sólo le permite a la criatura aceptar la cantidad de Luz proporcional a su propia fuerza; aceptarla para el Creador.
La Cabalá llama a esta acción: “recibir para otorgar”. De esta manera la criatura se parece al Creador, es similar a Él.
En otras palabras, se produce el siguiente intercambio: el Creador envía el placer a la criatura, que la acepta bajo la
única condición que al hacerlo le otorgue placer al Creador.
Baal HaSulam nos da siempre el ejemplo sencillo del huésped y el anfitrión. El anfitrión le presenta al huésped una mesa
servida con los mejores manjares. El huésped toma asiento pero no se atreve a comer porque no quiere encontrarse en la
situación de recibir si no tiene la seguridad que es sincero el deseo del anfitrión por deleitarlo. El huésped se siente
avergonzado porque no tiene nada que ofrecer a cambio y únicamente puede recibir lo que el huésped le da. Por esta razón,
el huésped rechaza lo que se le ofrece para poder comprender cuál es el verdadero deseo del anfitrión.
Si el anfitrión insiste al huésped que disfrute la comida y le asegura que se sentirá muy complacido si lo hace,
entonces el huésped empezará a comer, porque está convencido que va a complacer al anfitrión y no sentirá que
recibe del anfitrión, sino que le estará otorgando, esto es, le otorga placer al anfitrión.
Se han invertido los papeles. Aún cuando sea el anfitrión mismo que haya preparado los alimentos y sea el que invita,
claramente comprende que la satisfacción de su deseo de complacer depende exclusivamente del huésped. Es el huésped quien
tiene la clave del éxito de la cena y por consiguiente domina la situación.
El Creador ha creado a la criatura de tal forma que bajo la influencia de la Luz se siente avergonzada al solamente recibir.
La criatura, utilizando con autonomía su libertad de elección alcanzará al final un nivel en donde no siente el placer egoísta,
sino únicamente el que da placer a su Creador. Estos atributos divinos, estos sentimientos están más allá de
toda descripción y no los podemos comprender. La entrada a los mundos espirituales al adquirir tan sólo un grado de
semejanza con el Creador ya significa la eternidad, placer y alcance absolutos.
La ciencia de la Cabalá estudia el desarrollo de la Creación. Describe el camino por el que nuestro mundo y todos los demás
mundos –el universo entero– deben caminar para alcanzar su corrección progresiva (Tikkún) para alcanzar el nivel
del Creador, el grado supremo de perfección y eternidad. Necesitamos desempeñar este trabajo de corrección mientras
vivimos en este mundo, en nuestras circunstancias cotidianas y dentro de nuestro cuerpo.
Los cabalistas ya han alcanzado este grado de perfección y nos lo han puesto por escrito. Todas las almas sin excepción alguna
deben llegar este nivel máximo a su debido tiempo. Cada uno de nosotros debe iniciar en el punto de partida y al final llegar
a la meta. En esto no tenemos libertad de elección. Como tampoco tenemos libertad para alterar el camino ya que todos tenemos
que atravesar todas las fases y sensaciones y progresivamente irnos integrarnos. En otras palabras, debemos “vivir” el camino.
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