Lo escuché el 14 de Siván, junio de 1938
Es difícil describir el estado de descenso, el momento en que se pierden todas las labores y esfuerzos realizados desde el comienzo del trabajo hasta el tiempo mismo del descenso. A quien jamás ha probado el gusto y el sabor del servicio a Dios, esto le parece algo ajeno, ya que esto le sucede a aquéllos que se encuentran en grados elevados. Pero las personas comunes y corrientes no tienen conexión alguna con el servicio a Dios, sino sólo con las ansias del deseo de recibir, que está presente en el flujo del mundo, bañando al mundo entero con este deseo.
Sin embargo, debemos comprender por qué han llegado a tal estado. Después de todo, con o sin el consentimiento de uno, no existe cambio alguno por parte del Creador del Cielo o de la tierra. Él solamente se comporta como el Bien que hace el bien. De este modo, ¿cuál ha de ser el resultado de tal situación?
Debemos decir que viene a anunciar Su grandeza. Uno no necesita actuar como si no la valorara. Por el contrario, debe comportarse de acuerdo al temor que corresponde a Su majestad, para conocer el mérito y la distancia existente entre él y el Creador. Es difícil comprender esto con una mente externa, o tener cualquier noción posible de la conexión entre el Creador y la creación. Y en ese momento de descenso, siente que es imposible percibir algún tipo de conexión o pertenencia al Creador de acuerdo con la adhesión. Esto se debe a que siente que la servidumbre es algo extraño para el mundo entero.
En verdad, esto es ciertamente así; pero allí donde encuentras Su grandeza, encuentras Su humildad. Eso significa que el hecho de que el Creador le haya entregado este presente a la creación para permitirle conectarse y adherirse a Él, es algo que se encuentra más allá de la naturaleza.
Por lo tanto, cuando uno vuelve a conectarse, debe recordar siempre su tiempo de descenso, para así conocer y apreciar el valor del momento de la adhesión, y de este modo saber que ahora posee la salvación por encima del modo natural.