Lo escuché en 1943, Jerusalén
El sagrado Zóhar dice que el Creador detesta los cuerpos. Debemos interpretar que esto se refiere al deseo de recibir, llamado cuerpo. El Creador creó Su mundo en Su gloria, según está escrito: “Todo aquel que es llamado por Mi Nombre, a quien Yo he creado para Gloria Mía, Yo lo he formado, lo he hecho”.
Por lo tanto, esto se opone al argumento que esgrime el cuerpo y que dice que todo es para él, para su propio beneficio, mientras que el Creador dice lo contrario: que todo debe ser para beneficio de Él. Por eso, explicaron nuestros sabios que el Creador dice: “él y Yo no podemos habitar en la misma morada”.
Resulta que el principal agente separador que nos impide estar adheridos al Creador, es el deseo de recibir. Se hace palpable cuando llega la maldad, es decir, cuando viene el deseo de recibir y pregunta: ¿por qué deseas trabajar en beneficio del Creador? Nosotros creemos que habla como lo hacen los humanos, y que desea entender con el intelecto. Sin embargo, esto no es cierto, ya que no pregunta para quién está trabajando uno, que es, ciertamente, un argumento racional que se despierta en quien hace uso del intelecto.
En cambio, el argumento de la maldad es un cuestionamiento físico, es decir, pregunta lo siguiente: “¿Qué pretendes con este trabajo?”. En otras palabras, ¿qué provecho obtendrás a cambio del esfuerzo que estás realizando? Con esto quiere decir: Si no estás trabajando para ti mismo, ¿qué ganará con todo esto el cuerpo, llamado “deseo de recibir para uno mismo?”.
Dado que se trata de un argumento corporal, la única respuesta válida también debe ser corporal: “Desafiló sus dientes, y de no haber estado allí, no habría sido redimido”. ¿Por qué? Porque el deseo de recibir para uno mismo no obtiene redención, ni siquiera en tiempo de redención. Eso se debe a que esta llegará cuando todas las ganancias entren a los Kelim (vasijas) de otorgamiento, y no a los Kelim de recepción.
El deseo de recibir para sí mismo debe permanecer siempre carente, ya que llenar el deseo de recibir significa la misma muerte. La razón de esto es que la creación fue principalmente para Su gloria, (y esto es una respuesta a lo que está escrito: que Su deseo es beneficiar a Sus creados, y no a Sí Mismo). Esto significa que la esencia de la creación es revelar a todos que el propósito de la creación es beneficiar a Sus creados. Concretamente, cuando uno declara que fue creado para honrar al Creador. En ese momento, en esas vasijas se revela el propósito de la creación: beneficiar a Sus creados.
Por eso, uno siempre debe examinarse a sí mismo y analizar el propósito de su trabajo, es decir, si el Creador recibe satisfacción de cada acción que uno ejecuta, porque desea alcanzar la equivalencia de forma, lo cual se llama: “Todas tus acciones serán en nombre del Creador”. Y quiere decir que desea que el Creador disfrute todo lo que uno haga, tal como está escrito: “Complacer a su Hacedor”.
Además, uno necesita conducirse con el deseo de recibir, y decirle: “Ya he decidido que no quiero recibir más placer porque tú desees disfrutar. Porque con tu deseo me veo forzado a separarme del Creador, pues la disparidad de forma provoca separación y distanciamiento de Él”.
Debido a que uno no puede liberarse de la dominación del deseo de recibir, y por eso está siempre en ascensos y descensos, su esperanza. Por ello, uno espera que el Creador, le abra los ojos y pueda tener la fuerza de sobreponerse y trabajar únicamente en beneficio de Él. Esto es lo que está escrito: “Una cosa he pedido al Señor, y esta buscaré”. Cuando dice “esta” se refiere a la sagrada Shejiná (Divinidad). Y pide (Salmos 27:4) “que habite yo en la casa del Señor todos los días de mi vida”, pues la casa del Señor es la sagrada Shejiná.
Y ahora podemos comprender lo que nuestros sabios dijeron acerca del versículo “Y tomaréis en el primer día”, esto es, el primero en el cálculo de las transgresiones. Debemos entender por qué existe regocijo si hay lugar a un cálculo de transgresiones. Dijo que debemos saber que hay una cuestión de importancia en el esfuerzo, cuando hay contacto entre el individuo y el Creador.
Esto quiere decir que uno siente que necesita al Creador, puesto que en el estado de labor ve que no hay nadie en el mundo que le pueda salvar del estado en el que se encuentra sino solo el Creador. Entonces ve que “No hay nada más que Él” que pueda salvarlo del estado en el que se encuentra y del cual no puede escapar.
Esto significa que tiene un contacto estrecho con el Creador. Y uno no sabe apreciar este contacto, es decir, debe creer que se encuentra en adhesión con Él, esto es, que todo su pensamiento esté concentrado en el Creador, es decir, que entonces Él le ayudará. De lo contrario, uno sentirá que está perdido.
Sin embargo, quien logra la Providencia particular y ve que el Creador es quien hace todo, según está escrito “Él, y solo Él, es quien hace y hará todas las acciones”, obviamente no tendrá nada que añadir, y en todo caso, no le queda lugar para elevar una plegaria pidiendo ayuda al Creador, pues ve que, incluso sin su plegaria, el Creador hace todo.
Por ende, no hay lugar para hacer buenas acciones, ya que descubre que todo es realizado por el Creador, y sin su participación. Así, en ese estado uno no necesita al Creador para que le ayude en nada. Por consiguiente, en ese momento la persona no tiene contacto con Él, no siente necesidad de Él como para verse perdida si no recibe Su ayuda.
Entonces, resulta que no tiene el contacto que tenía con Él durante la labor. Dijo que esto es comparable a una persona que se encuentra entre la vida y la muerte, y le pide a su amigo que le salve de morir. ¿De qué forma se lo pide a su amigo? Seguramente que trata de pedirle a su amigo que se apiade de él y le salve de la muerte con todos los medios que estén a su alcance. Y, por supuesto, nunca se olvida de rogar a su amigo, ya que de lo contrario, ve que perderá su vida.
Sin embargo, cuando alguien le pide a su amigo cosas lujosas, que no son tan necesarias, el solicitante no está tanto en adhesión con su amigo –para que este le dé lo que pide– hasta el punto de que desatienda la petición. Vemos, por lo tanto, que con aquellas cosas que no son de vida o muerte, el solicitante no se encuentra tan adherido al otorgante.
De este modo, cuando uno siente que debería pedir al Creador que le salve de la muerte, del estado de “los malvados en sus vidas se consideran muertos”, el contacto entre la persona y el Creador es estrecho. Por esta razón, para los hombres rectos, un lugar para el trabajo es necesitar la ayuda del Creador; de lo contrario, se encontrará perdido. Esto es lo que anhelan los justos: un lugar donde trabajar para estar en estrecho contacto con el Creador.
De esto resulta que si el Creador da lugar al trabajo, estos justos sienten gran regocijo. Por eso ellos dijeron: “primero para el cálculo de las transgresiones”. Para ellos es una alegría tener un lugar para trabajar, es decir, que ahora están necesitados del Creador y pueden entrar en estrecho contacto con Él. Esto es porque uno no puede venir al Palacio del Rey a menos que tenga algún propósito.
Este es el significado de “Y ustedes tomarán. Precisamente “ustedes”, porque todo se encuentra en las manos de Dios, excepto el temor a Dios. Dicho de otra forma, el Creador puede dar Luz de abundancia, porque esto es lo que Él tiene. Pero la oscuridad y la carencia, no están en Sus límites.
Debido a que hay una regla que dice que existe temor de Dios solo desde un lugar de carencia –que se denomina “deseo de recibir”, es decir que solo entonces tiene lugar para el trabajo – en lo que siente resistencia, y el cuerpo viene y pregunta: “¿Qué significa este trabajo?”, y uno no tiene nada qué contestar a esa pregunta. .
Luego, uno debe asumir la carga del Reino de los Cielos por encima de la razón, como un buey con su yugo y como un asno con su carga, es decir, sin discutir. En cambio, Él dijo y Su voluntad fue cumplida. A esto se le llama “vosotros”, en otras palabras, que este trabajo te pertenece sólo a ti, y no a Mí. Es decir, el trabajo que tu deseo de recibir te impone.
No obstante, si el Creador proporciona a uno cierta iluminación desde Arriba, el deseo de recibir se rinde y se anula como una vela frente a una antorcha. Y entonces uno ya no tiene labor alguna, puesto que ya no necesita aceptar sobre sí la carga del Reino de los Cielos de forma forzada, como un buey con su yugo y un asno con su carga, como está escrito en “quien ama al Señor, aborrece el mal”. Esto quiere decir que el amor de Dios se extiende solamente desde el lugar donde hay maldad. En otras palabras, en la medida que uno odia el mal, es decir, que ve cómo el deseo de recibir es un obstáculo en su intento de alcanzar la meta total, en esa misma medida, necesita obtener el amor de Dios. Sin embargo, si uno no siente que tiene maldad, no puede tener obtener el amor de Dios porque no siente necesidad de ello, pues ya ha logrado satisfacción en su trabajo.
Como ya hemos dicho, uno no debe resentirse cuando el deseo de recibir que le obstruye su labor, se torna trabajoso. Ciertamente, uno estaría más satisfecho si el deseo de recibir se ausentara del cuerpo, es decir, que provocara todos esos cuestionamientos en la persona, obstaculizando su trabajo de observar la Torá y las Mitzvot.
Pero uno debe sentir que los obstáculos del deseo de recibir en el trabajo le son enviados desde Arriba. Uno recibe la fuerza para descubrir el deseo de recibir desde Arriba porque hay lugar para trabajar precisamente cuando despierta el deseo de recibir. Entonces, uno está en estrecho contacto con el Creador para poder transformar el deseo de recibir en un deseo con el fin de otorgar. Y debe creer que esto produce satisfacción al Creador, al elevar su plegaria a Él, para que le acerque mediante la adhesión, que se denomina equivalencia de forma, la cual se discierne como la anulación del deseo de recibir para que este sea con el fin de otorgar. Al respecto, dice el Creador: “Mis hijos me han vencido”. Es decir, les he dado el deseo de recibir, y ustedes me piden, en cambio, que les dé el deseo de otorgar.
Ahora podemos interpretar lo que se menciona en la Guemará (Julin p. 7): “Cuando Rabí Pinjas Ben Yair iba a redimir a los cautivos, se encontró con el río Guinaí (nombre del río) y le dijo a Guinaí: ‘Divide tus aguas y yo pasaré a través de ti’. Este le contestó: ‘Harás la voluntad de tu Hacedor, y yo haré la voluntad del mío. Tú quizás lo hagas, quizás no; mientras que yo ciertamente lo haré’”.
Él explicó que el significado de esto es que le dijo al río, que representa el deseo de recibir, que le permitiera atravesarlo y alcanzar el grado de hacer la voluntad de Dios, es decir, hacer todo con el fin de complacer a su Hacedor. El río,el deseo de recibir, respondió que puesto que el Creador le había creado con esta naturaleza de recibir placer y deleite, no deseaba modificar esa naturaleza con la que Él lo había creado.
Rabí Pinjas Ben Yair le declaró la guerra, es decir, quiso convertirlo en el deseo de otorgar. A esto se le llama “declararle la guerra a la creación” que el Creador creó en la naturaleza, llamada deseo de recibir, y que comprende la creación entera, llamada “existencia a partir de la ausencia”.
Uno debe saber que, durante el trabajo, cuando el deseo de recibir se dirige a la persona con todo tipo de argumentos, no hay discusiones ni razonamientos alguno que puedan servir. A pesar de que uno piense que son argumentos justificados, esto no le ayudará a vencer su propio mal. Por el contrario, está escrito: “Él desafila sus dientes”. Esto significa avanzar solo por medio de acciones, y no de argumentos. Quiere decir que uno debe aumentar su poder a la fuerza. Este es el sentido de lo que escribieron nuestros sabios: “Se le obliga hasta que dice ‘yo quiero’”. Dicho de otro modo, gracias a la persistencia, el hábito se torna en una segunda naturaleza. Concretamente, uno debe intentar tener un fuerte deseo de conseguir el deseo de otorgar y sobreponerse al deseo de recibir. Un fuerte deseo quiere decir que este es medido por la proliferación de las pausas y de los descansos intermedios, esto es, los intervalos entre cada superación. A veces, en el medio, uno recibe un intervalo, es decir, un descenso. Este descenso puede ser un intervalo de un minuto, una hora, un día o un mes. Después, uno reanuda el trabajo de sobreponerse al deseo de recibir, y los intentos de alcanzar el deseo de otorgar. Un deseo se considera fuerte cuando el intervalo no le lleva un largo tiempo, sino que inmediatamente se despierta para continuar su trabajo.
Esto es similar a una persona que intenta romper una gran roca. Toma un gran mazo y golpea muchas veces durante el día entero. Pero los golpes no son contundentes. Es decir, no da cada golpe con gran impulso, sino que baja el mazo lentamente. Luego, se queja diciendo que esta tarea de romper la roca no es para él, y que hace falta ser un héroe para tener la habilidad de romper esta gran roca. Dice que no nació con tales capacidades como para poder romper la roca.
Sin embargo, aquel que levanta este gran mazo y golpea la roca con un gran impulso, y no lentamente, sino con un gran esfuerzo, logrará que la roca se rinda ante él y se rompa. A esto se refiere la frase: “así como un martillo rompe la roca”.
De igual manera, en el trabajo sagrado, que consiste en llevar los Kelim de recepción a la Kedushá (Santidad), también tenemos un gran martillo. Es decir, las palabras de la Torá que nos proporcionan buenos consejos. Pero si no es constante, y hay largas pausas en medio, uno termina abandonando la campaña y diciendo que no fue hecho para esto, sino que este trabajo requiere a alguien que haya nacido con alguna destreza especial. No obstante, uno debe creer que cualquiera puede alcanzar la meta, aunque siempre deba tratar de incrementar los esfuerzos y de ese modo, podrá romper la roca en poco tiempo.
También debemos saber que hay aquí una condición muy dura con respecto al esfuerzo para entrar en contacto con el Creador: el esfuerzo debe estar bajo la forma de elegancia. La elegancia simboliza algo que es importante para la persona. Uno no puede trabajar con alegría si la labor carece de importancia. Por lo tanto, uno debe sentir regocijo por tener ahora contacto con el Creador.
Este asunto se encuentra representado en el Etrog (citrón), que es el fruto de un árbol de Hadar (cítricos y elegancia). Está escrito que este debe estar limpio por encima de su nariz. Es sabido que aquí hay tres discernimientos: a) elegancia, b) fragancia, c) sabor.
El sabor significa que las Luces se vierten desde Arriba hacia abajo, es decir, por debajo de Pe (Boca), donde están el paladar y el gusto. Esto quiere decir que las Luces entran en las vasijas de recepción.
La fragancia significa que las Luces vienen desde abajo hacia Arriba; quiere decir que entran en las vasijas de otorgamiento, en forma de recepción y no de otorgamiento por debajo del paladar y la garganta. Esto se discierne como el dicho acerca del Mesías: “y él olerá en temor a Dios”. Se sabe que el aroma se le atribuye a la nariz.
La elegancia implica belleza, que se discierne por encima de su nariz, pues carece de fragancia. Esto significa que aquí no hay sabor ni aroma involucrados. Por lo tanto, ¿qué hay allí gracias a lo cual uno pueda subsistir? Solo hay en ello nivel de elegancia, y esto es lo que lo sostiene.
En el citrón vemos que la elegancia se manifiesta en él antes de estar apto para ser comido. Pero cuando está listo para ser comido, ya no hay belleza en él.
Esto implica sobre el trabajo de “primero contar las transgresiones”. Significa que precisamente cuando uno trabaja en la forma de “vosotros tomaréis”, es decir, el trabajo durante la aceptación de la carga del Reino de los Cielos, cuando el cuerpo se resiste a este trabajo, justamente entonces hay lugar para la alegría de la elegancia. Esto quiere decir que durante este trabajo la elegancia se hace visible, es decir, que si se alegra por su trabajo se debe a que lo considera bello y no una deshonra.
En otras palabras, a veces uno desprecia esta labor de asumir la carga del Reino de los Cielos, que es un tiempo de sensación de oscuridad, en el que descubre que nadie puede salvarlo de su estado presente salvo el Creador. Entonces acepta el Reino de los Cielos por encima de la razón, “cual un buey con su yugo y cual un asno con su carga”.
Uno debe alegrarse ahora de tener algo que dar al Creador, y el Creador disfruta que uno tiene algo para darle. Pero uno no siempre tiene la fuerza para decir que este es un trabajo bonito, llamado elegancia; y en lugar de ello, desprecia esta labor. Se trata de una condición dura para que la persona pueda decir que elige este trabajo antes que el trabajo de blancura, esto es, que no percibe el sabor de la oscuridad durante el trabajo, sino que luego siente el gusto de la labor. Significa que entonces ya no necesita trabajar para que el deseo de recibir acepte asumir el Reino de los Cielos por encima de la razón.
Si uno consigue superarse y afirmar que esta labor es placentera cuando cumple la Mitzvá (precepto) de la fe por encima de la razón, y acepta este trabajo como belleza y elegancia, esto se llama “regocijo en la Mitzvá”.
Esto quiere decir que la plegaria es más importante que la respuesta a la misma. Se debe a que en el rezo uno tiene lugar para trabajar, y necesita al Creador. Es decir, espera la misericordia del Cielo. En ese momento, está en verdadero contacto con el Creador, y entonces se encuentra en el Palacio del Rey. Pero cuando la plegaria recibe respuesta, él ya ha salido del Palacio del Rey, pues ya ha tomado lo que había pedido y ha partido.
De acuerdo con esto, debemos entender el versículo: “Tus aceites desprenden deliciosa fragancia; tu nombre es como aceite derramado”. El aceite recibe el nombre de “Luz Superior” cuando fluye. “Derramado” se refiere durante el cese de la abundancia cuando la fragancia del aceite permanece (“fragancia” quiere decir que ha quedado una Reshimó de lo que antes tenía). Mientras que la elegancia, sin embargo, es en un sitio desprovisto de todo asidero, es decir, donde ni siquiera ilumina el estado de Reshimó (reminiscencia)
Este es el asunto de Átik y AA (Árij Anpin). Durante la expansión de la abundancia, recibe el nombre de AA, que es Jojmá (sabiduría), es decir, la Providencia revelada. Átik viene de la palabra VaYeatek (trasladar), en otras palabras, la partida de la Luz, que no ilumina. Y esto recibe el nombre de ocultamiento. Este es el momento del rechazo a las vestimentas, que es el tiempo de la recepción de la corona del Rey, la cual recibe el nombre de Maljut (Reino) de Luces, considerada como Reino del Cielo.
En el sagrado Zóhar este asunto está escrito: “La sagrada Shejiná dijo a Rabí Shimon ‘no hay donde esconderse de ti’”. Esto quiere decir que incluso en el mayor de los ocultamientos en la realidad, aceptará sobre sí la carga del Reino de los Cielos con gran alegría. La razón de esto es que sigue la línea del deseo de otorgar, y así otorga lo que está en sus manos. Si el Creador le da más, él da más. Y si no tiene nada para dar, se para como una grulla y llora ante el Creador para que Él le salve de las aguas del mal. Por ende, también de este modo, está en contacto con el Creador.
El motivo de que este discernimiento reciba el nombre de Átik –pues y Átik es el grado más alto– es que cuanto más lejos de ser vestido se encuentra algo, más alto se encuentra. Uno puede ver esto en la cosa más abstracta, que es el cero absoluto, puesto que ahí la mano del hombre no llega.
Esto significa que el deseo de recibir puede aferrarse solamente allí donde haya cierto grado de expansión de la Luz. Antes de la purificación de sus Kelim (vasijas) con el fin de no mancillar la Luz, uno no está preparado para que la Luz llegue hasta él y entre en sus Kelim. Solamente cuando uno recorre el camino del otorgamiento, es decir, un lugar donde el deseo de recibir no está presente, ya sea por medio de su mente o de su corazón, la Luz podrá llegar hasta allí en total perfección. En ese caso la Luz llega a uno bajo la sensación que puede sentir la excelsitud de la Luz Superior.
No obstante, cuando uno no ha corregido sus Kelim para que estén en la intención con el fin de otorgar, y cuando la Luz llega a la forma de expansión, la Luz debe restringirse y esta ilumina solo de acuerdo a la pureza de los Kelim. Por lo tanto, en ese momento la Luz aparenta estar en absoluta pequeñez. Por ende, cuando la Luz se quita la vestidura en los Kelim, ella puede brillar en todo su esplendor y claridad, sin ningún tipo de restricción respecto al inferior.
De esto se desprende que la importancia del trabajo surge precisamente cuando uno llega a un estado de cero, es decir, cuando ve que anula su ser y su existencia por completo, pues ahí el deseo de recibir no tiene poder alguno. Solo entonces entra uno a la Kedushá. Debemos saber que “Dios ha hecho a uno en oposición al otro”. Esto significa que en la misma medida de revelación que haya en la Kedushá, se despertará la Sitra Ajra. En otras palabras, cuando uno declara “es todo mío”, es decir, que el cuerpo entero pertenece a la Kedushá, también la Sitra Ajra arguye sosteniendo que el cuerpo entero debería servir a la Sitra Ajra.
Por lo tanto, uno debe saber que cuando ve que el cuerpo afirma que pertenece a la Sitra Ajra, y grita con todas sus fuerzas las conocidas preguntas “quién” y “qué”, es una señal de estar recorriendo el camino de la verdad, esto es, que su única intención consiste en satisfacer a su Hacedor. Por ello, el principal trabajo se encuentra precisamente en ese estado.
Uno debe saber que es una señal de que este trabajo está dirigido hacia el objetivo. La señal indica que está luchando y que envía sus flechas a la cabeza de la serpiente, pues esta chilla y arguye reclamando “qué” y “quién”, es decir, “¿Qué significa para ustedes este servicio?”. En otras palabras, ¿qué ganarán trabajando solamente para el Creador y no para ustedes mismos?”. Y el argumento de “quién” significa que es el argumento de Faraón, que dijo: “¿Quién es el Señor para que yo le obedezca?”.
Podría decirse que el argumento de “quién” es un argumento racional. Es normal que cuando a alguien se le dice que vaya a trabajar para alguien s, pregunte “¿para quién?”. Por lo tanto, cuando el cuerpo reclama: “¿Quién es el Señor para que yo le obedezca?”, se trata de un argumento racional.
Sin embargo, de acuerdo con la máxima, que la razón no es un objeto en sí, sino más bien un espejo a través del cual lo que se encuentra en los sentidos también lo está en la mente. Y este es el sentido de “Y los hijos de Dan[1]: Jushim (sentidos)”. Esto quiere decir que la mente juzga solamente de acuerdo con lo que los sentidos le permiten escrutar, y en la medida que le permitan idear todo tipo de invenciones y artilugios que encajen con las exigencias de los sentidos.
Dicho de otro modo: la mente trata de conceder a los sentidos lo que estos demandan. Sin embargo, la mente no tiene ninguna necesidad propia de algún tipo de demanda. Entonces, si los sentidos demandan el atributo de otorgamiento, la mente obra siguiendo las líneas del otorgamiento, sin plantear preguntas, pues esta se encuentra exclusivamente al servicio de los sentidos.
La mente se parece a alguien que se mira al espejo para comprobar si está sucio. Y todos los sitios que el espejo le muestra que están sucios, este va a lavarse y limpiarse, pues el espejo le muestra que en su rostro hay cosas feas que es preciso limpiar.
Sin embargo, lo más difícil es saber qué es lo que se considera fealdad. ¿Es acaso el deseo de recibir, esto es, la demanda del cuerpo de hacer todo para uno mismo? ¿O es, en cambio, que el deseo de otorgar es una fealdad que el cuerpo no puede tolerar? La mente no consigue analizarlo, pues es como el espejo, que no puede determinar qué es fealdad y qué es belleza, porque todo depende de los sentidos, y solo estos pueden determinarlo.
Entonces, cuando uno se habitúa a trabajar de forma forzada para llegar a trabajar a favor del otorgamiento, la mente también funciona según las líneas de otorgamiento. Y entonces, cuando los sentidos ya se han acostumbrado a trabajar para otorgar, es imposible que la mente haga la pregunta “quién”, o sea, los sentidos no preguntan más, “¿qué significa este servicio para ustedes?”, pues ya se encuentran trabajando con el fin de otorgar y, naturalmente, la mente no plantea la pregunta “quién”.
Resulta que la esencia del trabajo radica en la pregunta, “¿qué significa este servicio para ustedes?”. Y lo que uno oye, cuando el cuerpo pregunta “quién”, se debe a que el cuerpo no desea degradarse de este modo. Por esta razón realiza la pregunta “quién”, que parecería que estuviera formulando un argumento racional, pero lo cierto es que, como ya hemos dicho antes, la labor principal radica en el “qué”.