Lo escuché el 19 de Adar Álef, 29 de febrero de 1948
Desciende e incita; asciende y acusa. Uno siempre debe examinarse para ver si su Torá y su trabajo no descienden al abismo. Esto se debe a que su grandeza se mide por el grado de adhesión con el Creador, es decir, de su nivel de anulamiento frente al Creador.
En otras palabras, su amor propio ni se le ocurre, sino que, por el contrario, uno desea anularse por completo. Esto se debe a que, para quien trabaja con el fin de recibir, la medida de su trabajo es la medida de grandeza de uno. En ese momento uno se vuelve un ser, un objeto y una entidad separada. En ese estado a uno le resulta difícil anularse ante el Creador. Sin embargo, cuando uno trabaja con el fin de otorgar, y cuando completa su trabajo, o sea, cuando ha corregido todos sus “Kelim (vasijas) de recepción para sí mismo con lo que posee de la raíz de su alma, ya no tiene nada más que hacer en el mundo. Por eso, uno debe pensar y concentrarse solamente en ese punto.
Si uno se encuentra en un estado de “descendiendo e incitando”, es señal de que camina por la senda de la verdad. En otras palabras, todo su trabajo está en un estado de descenso. En tal estado uno está bajo la autoridad de la Sitra Ajra, y entonces asciende y acusa, es decir, se siente en un estado de ascenso y acusa a los demás. Sin embargo, quien trabaja con pureza, no puede acusar a los demás, y siempre se acusa de a sí mismo y ve a los demás en un grado mejor que el suyo.