Lo escuché en Vaiejí, el 14 de Tévet, 27 de diciembre de 1947, en la comida de Shajarit
De Lo Lishmá (no en nombre de la Torá) se llega a Lishmá (en nombre de la Torá). Si prestamos mucha atención, podemos decir que el período de Lo Lishmá es el más importante, ya que es más fácil atribuir el acto al Creador. Esto es porque en Lishmá uno dice que realizó una buena acción porque estaba sirviendo al Creador plenamente, y todas sus acciones en Su nombre. Resulta que Él es el dueño del acto. No obstante, cuando uno trabaja en Lo Lishmá, no está realizando la buena acción para el Creador. Resulta que uno no puede dirigirse a Él reclamando que merece una recompensa. Por ende, para él, el Creador no le debe nada.
¿Para qué hizo esa buena acción? Solo porque el Creador le brindó una oportunidad para que este SaM le obligara a realizarla. Por ejemplo, si llegan invitados a la casa de uno, y uno siente vergüenza de que lo encuentren ocioso, toma un libro y estudia la Torá. Así que, ¿para quién está estudiando la Torá? No lo hace por la Mitzvá del Creador, para resultar favorable a los ojos del Creador, sino por las visitas que han entrado a su propiedad, para obtener la gracia de ellos. Por lo tanto, ¿cómo puede uno esperar una recompensa de Él por esta Torá, de la que se ha ocupado a causa de estos invitados?
De esto se desprende que, para él, el Creador no ha contraído deuda alguna. En lugar de eso, puede tratar de cargarle la cuenta a los invitados, para que estos le den una recompensa, es decir, lo respeten por estudiar la Torá. Pero uno no puede comprometer al Creador en modo alguno.
Cuando uno hace un autoanálisis y dice que finalmente se dedica a la Torá dejando de lado los motivos, es decir, los invitados, y dice que ahora está trabajando solamente para el Creador, debe decir de inmediato que todo está dirigido desde Arriba. Esto significa que el Creador deseaba concederle la dedicación a la Torá, y darle una causa de la verdad, y no es digno de recibir la verdad. Por lo tanto el Creador le dio un motivo falso, a través del cual s dedique a la Torá. Resulta que quién actúa es el Creador y no el individuo. Por lo tanto, y entonces, con más razón debe alabar al Creador, porque –incluso en el estado de bajeza en el que uno está– no le abandona y le da fuerza, o sea, el combustible, para desear dedicarse a las palabras de la Torá.
Pueden ver que si uno presta atención a esta acción, observa que el Creador es el operador en forma de “Solo Él hace y hará todos los actos”. Pero uno no agrega ninguna acción a la buena obra. Aunque uno realice esa Mitzvá, no la hace por la Mitzvá en sí, sino por otra causa (el hombre), y esta causa proviene de la separación.
Lo cierto es que el Creador es la causa, y Él es la razón que lo obliga. Pero, en él, el Creador está vestido en otra vestidura: no en vestidura de Mitzvá, sino en otro amor o en otro temor. Entonces, vemos que durante Lo Lishmá es más fácil atribuir las buenas obras al Creador y decir que Él es el ejecutor de las buenas acciones y no el individuo.
Es sencillo, porque uno no desea hacerlo por una Mitzvá, sino por otra causa. Sin embargo, en Lishmá uno sabe dentro de sí que está trabajando por la Mitzvá.
Esto quiere decir que uno mismo fue la causa, es decir, por causa de una Mitzvá, y no porque el Creador haya depositado en su corazón la idea o el deseo de realizar la Mitzvá: uno mismo lo ha elegido. La verdad es que todo fue llevado a cabo por el Creador, pero la persona no puede alcanzar la Providencia personal antes de alcanzar el discernimiento de recompensa y castigo.