Sabemos que la esencia de los mandamientos del Creador reside en el amor. Deberíamos conceder la máxima atención y compasión a todos los miembros de la sociedad, así como hacemos con nosotros mismos. Intentemos ver si podemos llevar esto a la fe.
Quizás sea posible verificarlo también en la práctica. Creo que el lector apreciará mi disgusto por la mera especulación vacía de contenido. Nuestra generación sabe mejor que otras, cómo pueden implementarse en la práctica muchas falsas filosofías. Millones de personas pueden sufrir porque algunas ideas teóricas, tomadas como fundamentos, resultan ser falsas o engañosas. Y así, la teoría entera puede derrumbarse...
Pero es posible que estudiando el mundo y sus leyes, y basando nuestras conclusiones sobre hechos, podamos llegar a la conclusión de que es necesario seguir las exigencias del Creador.
Si observamos el orden existente en la Naturaleza, quedamos maravillados por el increíble control que revela (tanto en el micro como en el macrocosmos). Tomemos por ejemplo algo muy cercano a nosotros: el propio ser humano.
Una célula paterna llega a un lugar seguro y protegido en el interior de la madre. Allí recibe todo lo que necesita para crecer y desarrollarse. Nada puede dañarla hasta que nace y se vuelve un organismo separado. Más tarde, la Naturaleza incluso implanta en los padres el afecto indispensable por su bebé. De esta forma el niño está absolutamente seguro del amor y del cuidado de quienes lo rodean.
Así como el hombre, también los animales y las plantas cuidan mucho a sus retoños y a las generaciones siguientes. Sin embargo, después de que el nuevo organismo -el nuevo individuo-, ha nacido, se ve obligado a entablar una lucha por la supervivencia que se intensifica a medida que el tiempo transcurre. Esto contrasta vivamente con el calor y el cuidado que lo rodeaban al comienzo. Esta asombrosa contradicción respecto al control de este mundo, ha ocupado las mentes de la humanidad desde tiempos remotos, provocando la formulación de numerosas teorías.
Evolución. Esta antigua teoría no considera necesario resolver la contradicción. El Creador ha hecho el mundo y lo controla todo. Pero como, según los evolucionistas, carece de sentimientos o pensamientos, crea a cada especie según leyes físicas rigurosas. Una vez que surge, la especie se desarrolla de acuerdo a la evolución, en estricta adhesión al principio de la "supervivencia del más fuerte". Al llamar al Creador con el nombre de "Naturaleza", esta teoría enfatiza su carencia de sentimientos y emociones.
Dualismo. Sabemos que la increíble sabiduría de la Naturaleza excede por completo las posibilidades humanas. Por lo tanto, predecir y "programar" futuras creaciones y organismos debe incluir algún tipo de retroalimentación. También el lado que da (la Naturaleza) debe tener intelecto, memoria y sentimientos, porque es imposible pretender que reine sólo el azar en todos los niveles de la Naturaleza.
Siguiendo el hilo de este pensamiento se llega a la idea de la existencia de dos fuerzas: una positiva y la otra negativa, que poseen intelecto y sentimiento y transmiten estas cualidades a todos los que crean. El desarrollo de esta teoría del dualismo trajo aparejada la creación de algunas otras.
"Muchos dioses". Al analizar las acciones de la Naturaleza y clasificarlas como rasgos de carácter, surgieron ciertas religiones (como la griega antigua) que postulan muchos dioses. Según esta creencia, cada dios controla un cierto poder o un cierto campo.
Ausencia de control (descontrol). Recientemente, con la aparición de nuevos instrumentos y nuevos métodos tecnológicos, muchos científicos han descubierto un vínculo de unión entre varios campos de nuestro mundo. De esta forma se abandonó la teoría del control del mundo por "muchas fuerzas", surgiendo algunas nuevas ideas. Básicamente afirman que debe haber una fuerza que nos une y que controla sabiamente el mundo entero. Dado que la humanidad es tan pequeña y despreciable en comparación con esta fuerza, somos abandonados (como humanidad) a nuestros propios recursos.
Mientras tanto, a pesar de todas las teorías acerca de la creación de este mundo y su control, la humanidad sigue sufriendo. Y el hombre no comprende por qué la Naturaleza, que lo trató con tanta ternura y cuidado en el útero materno, se vuelve luego tan despiadada. Al envejecer, pareciera que necesita aún más de los cuidados de la Naturaleza. Y surge una pregunta: ¿no seremos nosotros mismos la causa de la crueldad de la Naturaleza hacia el mundo viviente?
Todas las acciones de la Naturaleza están entrelazadas. Por lo tanto, si infringimos alguna de sus reglas, todo el sistema se desequilibra, tanto si postulamos a la Naturaleza como "rectora", como si aceptamos la idea de un Creador muy sabio, al que le adjudicamos un cierto plan y un cierto objetivo.
Ya sea la Naturaleza o el Creador (distinción poco importante, en principio), actúan sobre nosotros a través de ciertas leyes y reglas. Debemos obedecerlas porque son objetivas y coercitivas y por lo tanto, es importante para nosotros comprenderlas. (Casualmente, según la Cabalá, el valor numérico de la palabra Elohim: Dios, es igual al valor numérico de la palabra Teva: Naturaleza. Esto demuestra el vínculo que nos une con el Creador a través de las leyes de la Naturaleza).
Sabemos que si no observamos estas leyes y estas reglas sufriremos. Resulta bastante obvio que el ser humano necesita de la compañía de otras personas; si alguien decidiera de repente aislarse de la sociedad, se condenaría a una vida colmada de sufrimiento. No podría ni siquiera proveerse de todas las cosas que necesita.
Es la propia Naturaleza la que dispone que el hombre viva en sociedad, con sus semejantes. En dicha vida, se ve involucrado en dos operaciones: "obtiene" de la sociedad todo cuanto necesita, y por otro lado, tiene que "dar" para garantizar su producción y su trabajo a la sociedad. El que quiebre alguno de estos compromisos, provoca un desequilibrio y merece ser castigado por la sociedad. Cuando alguien es culpable de "obtener" demasiado (¡por ejemplo robando!), el castigo viene inmediatamente. Pero, por el otro lado, cuando alguien se niega a "dar" de sí a la sociedad, el castigo por lo general no aparece. De allí, que la condición de "dar" (tus talentos y habilidades a la sociedad), con frecuencia no se cumple.
Por su parte, la Naturaleza actúa como un juez, castigando a la humanidad de acuerdo a su desarrollo. Según la Torá, el cambio de las generaciones en nuestro mundo significa sólo la aparición y desaparición de los cuerpos de la gente. Por otro lado, el alma que llena el cuerpo es el "yo" principal de la persona y transporta sus deseos, su carácter y sus pensamientos escritos en un "portador" material: las células cerebrales. Esta alma no desaparece, tan sólo cambia de portador. El número de almas es limitado (constante) y va rotando. Al bajar a nuestro mundo "vestidas" de nuevos cuerpos, ellas pasan a constituir una nueva generación humana.
Entonces, en relación a las almas, todas las generaciones -desde la primera hasta la última-, pueden ser consideradas como una sola generación. Su vida se remonta al nacimiento de la humanidad, hace algunos milenios. Continuará hasta la muerte de la humanidad, sin importar cuántas formas diferentes adopte cada alma en los diversos cuerpos. La muerte no afecta al alma, pues ésta se compone de una "materia superior", del mismo modo que cortarnos el pelo o las uñas no afecta nuestro cuerpo ni su vida.
Luego de crear y entregarnos sus mundos, el Creador nos encomendó una tarea: esforzarnos para encontrarlo y converger con Él. Esto debería realizarse mediante el crecimiento espiritual, uniéndonos y elevándonos a nosotros mismos. Pero surge un gran interrogante: ¿debe la humanidad obedecer la voluntad del Creador? La Cabalá revela un cuadro completo de las distintas maneras en que somos controlados y el resultado es sorprendente. Resulta que, ya sea por propia voluntad o a través del sufrimiento, llegaremos eventualmente a la misma conclusión. Puede suceder en esta vida o en la próxima, puede suceder a través de la influencia de fuerzas físicas, sociales o económicas. Tarde o temprano cada uno de nosotros, y eventualmente toda la humanidad, deberá aceptar la idea: ¡La meta y propósito de la Creación son nuestra meta y nuestro propósito en la vida!
Al final de todas las generaciones, todos alcanzarán esta meta. La única diferencia que hay es la ruta que se elija para alcanzarla. Quien se esfuerce por lograr esta meta se beneficiará doblemente: él recibirá placer por "converger" con el Creador en lugar de sufrimiento. Lo dramático es que la humanidad todavía no imagina todas las desgracias que tendrá que enfrentar. Sabemos que el objetivo final ya está establecido y que las leyes de la Torá son inmodificables. Y así, sea por nuestro propio sufrimiento personal o por alguna catástrofe global periódica, cada uno de nosotros es conducido hacia la idea correcta.
Debemos seguir los mandamientos del Creador. Debemos liberarnos del egoísmo y de la envidia y desarrollar sentimientos de compasión, ayuda mutua y amor.