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La mesa del comedor

Del libro, "Alcanzando los mundos superiores"
Primer acto


En una casa brillantemente iluminada, con cuartos espaciosos, un hombre de agradable apariencia está ocupado en la cocina. Está preparando una comida para su tan esperado huésped. Mientras maniobra con las ollas y sartenes, trae a su memoria los manjares con los que su huésped tanto se deleita.

La feliz expectativa del anfitrión es más que evidente. Lleno de gracia, con los movimientos de un bailarín, llena la mesa con cinco platillos diferentes. Próximas a la mesa hay dos sillas acolchonadas.

Llaman a la puerta y el huésped entra. El rostro del anfitrión se ilumina al ver al huésped y lo invita a sentarse a la mesa para cenar. El huésped toma asiento y el anfitrión lo mira con cariño.

El huésped mira las delicias puestas ante él y las huele a una distancia cortés. Es evidente que le gusta lo que ve, pero expresa su admiración con tacto y recato, sin dejar saber que él está inconsciente que la comida es para él.

Anfitrión: Toma asiento por favor. He hecho estas cosas especialmente para ti porque sé cuánto te agradan. Ambos sabemos cuán familiarizado estoy con tus gustos y hábitos de comida. Sé que tienes hambre y sé cuánto puedes comer, y por eso he preparado todo exactamente como te gusta, en la cantidad precisa, con la que puedes terminar sin dejar una miga.

Narrador: Si quedara comida después de que el huésped estuviera saciado, el anfitrión y el invitado estarían inconformes. El anfitrión, estaría insatisfecho, porque eso significaría que él desea dar a su huésped más de lo que éste desea recibir.  
Por su parte, el huésped estaría decepcionado al no poder satisfacer el deseo del anfitrión de consumir toda la comida. El huésped también lamentaría estar saciado, mientras quedan todavía manjares, sin poder gozar ni uno más de ellos. Eso significaría que al huésped le faltó el deseo suficiente de disfrutar todo el placer ofrecido. 
Huésped: (Solemnemente) De hecho, has preparado exactamente lo que quería ver y comer en la mesa durante la cena. Incluso la cantidad es justo la correcta. Esto es todo lo que siempre quise de la vida: disfrutar todo esto. Para mi, sería el máximo placer divino.

Anfitrión: Bien, entonces tómalo todo y disfrútalo. Me llenará de placer.

El huésped comienza a comer.

Huésped: (Obviamente gozando y con su boca llena; no obstante, parece algo preocupado) ¿A qué se debe que cuanto más como, menos disfruto la comida?
El placer que recibo quita el hambre y, por lo tanto, mi gozo es cada vez menor. Mientras más cerca estoy de tener la sensación de estar pleno, menos disfruto la comida.
Y cuando ya he recibido todo el alimento, no me queda más que la memoria del placer, no el placer mismo. El placer estaba allí solamente mientras tenía hambre. En el momento en que se desvaneció, ocurrió lo mismo con el gozo. He recibido lo que tanto anhelaba y, sin embargo, me he quedado sin placer ni alegría. No quiero nada más, no hay nada que me provoque alegría.

Anfitrión: (Un poco resentido) He hecho todo lo posible para causarte placer. No es mi culpa que la simple recepción del placer, acabe la sensación de deleite, porque el anhelo se ha ido. En todo caso, ahora tú ya estás lleno con todo lo que te he preparado.

Huésped: (Defendiéndose) Al recibir todo lo que me has preparado, ni siquiera te puedo agradecer, porque he dejado de gozar la abundante comida que me has dado. Lo principal es que siento que tú me has dado a mí, mientras que yo no te he dado nada a cambio. 
Por lo tanto, tú me has hecho sentir vergüenza al manifestar de forma desconsiderada que tú eres el que otorga y yo el que recibe.

Anfitrión: No te demostré que fueras el receptor y yo el otorgante. Pero el simple hecho de que tú hayas recibido algo de mí sin ser recíproco, te dio la sensación de que estabas recibiendo algo de mí, a pesar del hecho que la benevolencia es mi naturaleza.
Lo único que quiero es que aceptes mi comida. Eso no lo puedo cambiar. Por ejemplo: Yo crío pescados. A éstos no les importa quién les provee la comida y los alimenta... También me ocupo de Bob, mi gato. A él tampoco le importa, ni siquiera un poco, de qué manos le llega el alimento. Pero a Rex, mi perro, sí le importa y no tomaría el alimento de cualquiera.

Narrador: La gente está constituida de tal manera que hay algunos que reciben sin sentir que alguien les está dando, y solamente toman. ¡Algunos incluso roban sin remordimiento! Pero cuando las personas desarrollan un sentido de sí mismas, saben cuando se les está otorgando, y eso les despierta la conciencia de que son receptoras. Eso trae consigo vergüenza, auto-reproche y agonía.

Huésped: (Algo apaciguado) Pero ¿qué puedo hacer para recibir placer sin considerarme el receptor?, ¿cómo puedo neutralizar la sensación interna de que tú eres el que otorga y yo el que recibe? Si hay una situación de dar y recibir, y eso provoca en mí esta vergüenza, ¿qué puedo hacer para evitarla?
¡Quizás puedas actuar de tal forma que no me sienta como el receptor! Pero eso sería posible solamente si no estuviera consciente de tu existencia (al igual que tus peces), o si te hubiera percibido, pero sin entender que tú me estabas dando algo (como un gato o un ser humano subdesarrollado).

Anfitrión: (Contrayendo sus ojos en señal de concentración, y hablando en tono pensativo) Pienso que después de todo, existe una solución. ¿Quizás seas capaz de encontrar una manera de neutralizar la sensación de recepción dentro de ti?

Huésped: (Sus ojos se iluminan) Ah, ¡Entiendo! Tú siempre has querido tenerme como tu huésped. Así es que mañana, vendré aquí y me comportaré de tal manera que te haga sentir como si tú fueras el receptor. Yo seguiré siendo el receptor, por supuesto, comiendo todo lo que tú hayas preparado, pero me consideraré el que otorga.


Segundo acto


Al día siguiente, en el mismo cuarto, el anfitrión ha preparado comida fresca exactamente con las mismas delicias que el día anterior. Se sienta a la mesa y el huésped entra, con una expresión desconocida y un tanto misteriosa en su rostro.

Anfitrión: (Con una sonrisa resplandeciente, inconsciente del cambio) Te he estado esperando. Estoy tan contento de verte. Siéntate. 

El huésped se sienta a la mesa y huele la comida cortésmente.

Huésped: (Mirando la comida) ¿Todo esto es para mí?

Anfitrión: ¡Pero, por supuesto!, ¡solamente para ti! Me encantaría si estuvieras dispuesto a recibir todo esto de mí.

Huésped: Gracias, pero en realidad no lo deseo tanto.

Anfitrión: Bien, ¡eso no es verdad!, ¡tú sí lo deseas y yo lo sé, lo doy por hecho!; ¿por qué no lo quieres tomar?

Huésped: No puedo tomar todo esto de ti. Me hace sentir incómodo.

Anfitrión: ¿Qué quieres decir con incómodo?, ¡deseo tanto que comas todo esto!; ¿para quién piensas que lo he preparado? Me daría tanto placer si te lo comieras todo...

Huésped: Quizás tengas razón, pero yo no deseo comer toda esta comida.

Anfitrión: Pero no sólo estás recibiendo una comida; también me estás haciendo un favor al sentarte a mi mesa, disfrutando todo lo que he preparado. Todo eso no lo he hecho para ti, sino porque disfruto que lo recibas de mí.
Por eso es que al aceptar comer me estarías haciendo un favor. ¡Tú estarías recibiendo todo eso para mí! No estarías tomando, sino dándome una gran alegría. De hecho, no serías tú quien recibiría de mi comida, sino al contrario, yo obtendría una gran alegría de ti. Tú serías el que está dándome a mí, y no al revés. 

El anfitrión desliza implorante el oloroso plato delante de su renuente huésped. Este último lo aparta de sí. El anfitrión desliza otra vez el plato hacia su huésped, y él se lo rechaza nuevamente. El anfitrión suspira, revelando a través del lenguaje corporal cuánto desea que su huésped acepte los alimentos. 
El huésped asume la postura del otorgante, quien está haciendo un favor al anfitrión.

Anfitrión: ¡Te imploro! Por favor, hazme feliz.

El huésped empieza a comer, luego se detiene a pensar. Después, comienza otra vez, y de nuevo se abstiene. Cada vez que para, el anfitrión lo anima a continuar. Sólo después de alguna persuasión el huésped continúa.

El anfitrión sigue agregando nuevos manjares ante su huésped, suplicándole cada vez que lo complazca al aceptarlos.


Huésped: Si pudiera asegurarme que estoy comiendo porque eso te causa placer a ti y no porque yo lo deseo, entonces tú te convertirías en el receptor y yo en el que otorga el placer. Sin embargo, para que eso ocurra, debo estar seguro que estoy comiendo solamente por ti y no por mí.

Anfitrión: Pero por supuesto que estás comiendo solamente por mí. Después de todo, te sentaste a la mesa y no probaste ni siquiera algo, hasta que te demostré que no estabas solamente comiendo, sino provocándome una gran alegría. Tú has venido aquí para causarme placer.

Huésped: Pero si aceptara algo que no deseé inicialmente, no disfrutaría recibiéndolo, y tú no gozarías viéndome aceptar voluntariamente tu ofrecimiento. Así es que, resulta que tú puedes recibir placer sólo al grado en que yo disfrute tu ofrecimiento.

Anfitrión: Yo sé exactamente cuánto te gusta esta comida y cuánto puedes comer de cada plato. Por lo tanto, he preparado estos cinco platos. Después de todo, yo sé cuánto deseas este platillo o el otro, y ninguna otra cosa en tu vida.
El saber cuánto los disfrutas evoca en mí la sensación de tu placer. También me agrada que goces de mi comida. No tengo duda que el placer que recibo de ti es genuino.

Huésped: ¿Cómo puedo estar seguro que estoy gozando estos manjares solamente porque tú así lo deseas y porque has preparado todo esto para mí?, ¿cómo puedo estar seguro que no debo rechazarlos porque al recibirlos de ti, en realidad, lo que hago es darte alegría?

Anfitrión: ¡Muy sencillo! Porque tú rechazaste por completo mis ofrecimientos hasta estar seguro que estabas haciéndolo por mi placer. Entonces tú aceptaste. Después de cada bocado sentirás que estás comiendo por mi placer, y percibirás la alegría que me causas.

Huésped: Puedo librarme de la vergüenza y enorgullecerme al darte placer si pienso, cada vez que recibo, que lo estoy recibiendo por ti.

Anfitrión: ¡Pues cómelo todo! Tú lo deseas todo, ¡y así me estarás dando todo placer ilimitado!

Huésped: (Disfrutando la comida y terminando hasta el último plato, pero después, dándose cuenta que aún no está satisfecho) Entonces, ahora he terminado toda la comida y la he gozado. No hay más comida para disfrutar. Se acabó mi placer porque no tengo más hambre. Ya no puedo traer alegría a ninguno de nosotros. ¿Y ahora, qué hago?

Anfitrión: No lo sé. Tú me has dado un gran placer al recibir de mí. ¿Qué más puedo hacer por ti, de modo que puedas gozar una y otra vez?, ¿cómo es posible que desees comer de nuevo si lo has terminado todo?, ¿qué te provocará apetito una vez más?

Huésped: Cierto, mi deseo de disfrutar se ha convertido en un deseo de conferirte alegría, y si ahora no puedo gozar, ¿cómo puedo complacerte? Después de todo, ¡no es posible crear dentro de mí apetito para otra invitación de cinco platos!

Anfitrión: Yo no he preparado más que lo que tú deseaste. He hecho todo lo posible de mi parte para complacerte. Tu problema es: "Cómo puedo seguir deseando más, mientras recibo más y más".

Huésped: Pero si el placer no satisface mi hambre, no puedo percibido como placer. La sensación de placer llega cuando satisfago mis necesidades. Si no estuviese hambriento, no podría disfrutar la comida y, por lo tanto, tampoco podría conferirte alegría. ¿Qué puedo hacer para permanecer con ese deseo constante, y continuamente brindándote alegría al mostrarte mi placer?

Anfitrión: Para lograr eso, necesitas una fuente distinta de deseo y diversos medios de satisfacción. Al usar tu hambre para recibir tanto la comida como la satisfacción de comerla, eliminas a ambas. 

Huésped: ¡Entiendo! El problema es que me abstuve de sentir alegría si consideraba que tú te beneficiarías de eso. Lo rechacé hasta tal punto que, aunque toda la comida estaba frente a mí, no la podía aceptar por vergüenza de recibirla. Esta vergüenza era tan intensa que yo estaba dispuesto a morirme de hambre, aún sólo para evitar la sensación de vergüenza de ser el receptor.

Anfitrión: Pero entonces, una vez que estuvieras convencido de que no estabas recibiendo para ti mismo, comenzaste a recibir para mi beneficio. Debido a eso, gozaste tanto la comida como el placer que me causabas. Por esa razón, el alimento debe ser acorde a tu voluntad. Después de todo, si no fuera por el placer de la comida, ¿qué otro placer me podrías brindar?

Huésped: Sin embargo, no es suficiente recibir para ti, sabiendo que tú gozas de hacerlo por mí. Si mi placer viniera de tu alegría, entonces el origen de mi placer no sería el alimento, ¡sino tú! Necesito sentir tu alegría.

Anfitrión: Eso debe ser fácil, ya que estoy totalmente abierto a eso.

Huésped: Sí, ¿pero de qué depende mi placer? Depende de ti, a quien le estoy dando el placer. Eso significa que mi placer depende de la magnitud de mi deseo de conferirte; es decir, el grado en que percibo tu grandeza.

Anfitrión: ¿Qué puedo hacer entonces?

Huésped: Si supiera más sobre ti, si tuviese un conocimiento más íntimo de ti, si realmente fueras grande, entonces tu grandeza y omnipotencia se me habrían revelado. En ese caso, habría disfrutado no sólo por darte placer, sino también habría estado consciente de quién lo estaba recibiendo.
Por lo tanto, mi placer habría sido proporcional a la revelación de tu grandeza.

Anfitrión: ¿Eso depende de mí? 

Huésped: Mira, si yo doy, para mi es importante saber cuánto estoy dando y a quién. Si es a los seres queridos, por ejemplo, a mis hijos; entonces, estoy dispuesto a dar en la misma proporción al gran amor que les tengo. Esto me da alegría. Pero si alguien de la calle viene a mi casa, estoy dispuesto a darle algo porque puedo sentir empatía hacia un necesitado, y espero que cuando yo esté en una terrible necesidad alguien me ayude.

Anfitrión: Este principio es sobre el cual radica el concepto global del bienestar social. Las personas se dieron cuenta que al no haber ayuda mutua, todos sufrirían. Es decir, ellos mismos sufrirían cuando llegaran a convertirse en los necesitados. El egoísmo obliga a la gente a dar, pero eso no es en verdad otorgar. Es simplemente una manera de asegurar la supervivencia de uno.

Huésped: En realidad, no pienso que esta clase de entrega sea genuina. Toda nuestra "generosidad" no es más que una forma para que recibamos placer al satisfacernos a nosotros mismos y a nuestros seres queridos.

Anfitrión: Entonces, ¿cómo podría darte placer que va más allá del placer encontrado en tus alimentos?

Huésped: Eso no depende de ti, sino de mí. Si la persona que viene a mi casa fuera una personalidad muy importante, recibiría mayor placer en darle algo que si se tratara de una persona común. Eso significa que mi placer depende no de la comida, ¡sino de quién la preparó!

Anfitrión: ¿Qué puedo hacer entonces para que me respetes más?

Huésped: Debido a que recibo para tu beneficio, no el mío, cuanto más respeto tenga por ti, más placer recibiré al saber a quién le estoy dando.

Anfitrión: Entonces, ¿cómo puedo profundizar tu estima hacia mí?

Huésped: ¡Háblame de ti!, ¡muéstrame quién eres! Así, podría obtener placer, no simplemente de recibir la comida, sino también de conocer quién me la está brindando; de saber con quién tengo una relación. La porción más pequeña de alimento recibida de una gran figura me dará una cantidad de placer mucho mayor, el cual crecerá en proporción a cuán grande considere que seas.

Anfitrión: Eso significa que para que el placer llegue a ser grande, yo debo abrirme y tú debes desarrollar en ti la habilidad de parecerte a mí.

Huésped: ¡Exactamente! Eso es lo que crea una nueva hambre en mí, el deseo de darte crece en proporción a tu grandeza. Eso no es porque quiera escapar de la sensación de vergüenza, pues ésta no me dejará satisfacer mi hambre.

Anfitrión: De esa manera, tú comienzas a sentir no el hambre, sino mi grandeza y tu deseo de causarme placer. Entonces, ¿estás diciendo que no deseas saciar mi apetito, sino deleitarte con mi grandeza y tu deseo de complacerme?

Huésped: ¿Y eso, qué tiene de malo? Puedo recibir placer de la comida muchas veces más que el que la comida en sí, puede dar, ya que le agrego al hambre un segundo deseo: la voluntad de otorgarte.

Anfitrión: Eso también lo debo cumplir.

Huésped: No. La voluntad de hacer esto -y su cumplimiento- lo crearé en mí mismo. Para eso sólo necesito conocerte. Revélate a mí y crearé dentro de mí el anhelo de otorgarte. También recibiré placer de dar, y no por la eliminación de la vergüenza.

Anfitrión: ¿Qué ganarás con eso, aparte del hecho que tu placer se incrementará?

Huésped: (Claramente insinuando que ese es el meollo del asunto) Hay otro beneficio primordial: si creo en mí una nueva voluntad, aparte del hambre inherente, me convierto en el dueño de esa voluntad. Siempre puedo aumentarla, siempre llenarla de placer, y siempre conferirla a ti al recibir placer. 

Anfitrión: ¿No te parece que se pierde ese deseo cuando está lleno, tal como a ti se te quitó el hambre?

Huésped: No, porque siempre puedo crear dentro de mí una impresión más grande de ti. Siempre puedo crear nuevos deseos de conferirte, y al recibir de ti los pondré en marcha. Ese proceso puede continuar indefinidamente.

Anfitrión: ¿De qué depende?

Huésped: Depende del descubrimiento continuo de nuevas virtudes en ti y de percibir tu grandeza.

Anfitrión: Esto significa que a fin de lograr la auto-indulgencia permanente -en la que al recibir un placer egoísta el hambre no cesará, sino que aumentará por esa recepción- debe formarse un hambre nueva: la voluntad de sentir a quien otorga.

Huésped: Si, además de recibir los placeres (los manjares), el que recibe desarrollará un sentido de grandeza del que otorga. El descubrimiento del anfitrión y de los manjares, por lo tanto, llegan a ser lo mismo. Es decir, el placer mismo crea conciencia acerca del que otorga, Éste, la comida y los atributos del que otorga son uno y los mismos.

Anfitrión: Resulta que lo que tú subconscientemente querías en un inicio era que el otorgante se revelara. Para ti esto es, de hecho, un relleno y nada más.

Huésped: Al principio, ni siquiera comprendía que esto era lo que deseaba. Solamente miré la comida y pensé que eso era lo que quería.

Anfitrión: Lo hice a propósito, a fin de que tú desarrollaras, gradualmente tu propia voluntad independiente, la cual se supone crearías para llenarla por ti mismo. De forma simultánea estarías tomando el lugar del huésped y del anfitrión.

Huésped: ¿Por qué todo eso está hecho de esa manera?

Anfitrión: Con el propósito de llevarte a la plenitud. De modo que desees cada cosa en su totalidad y logres la satisfacción suprema. Para que puedas disfrutar cada deseo al máximo, y a fin de que el placer sea ilimitado. 

Huésped: ¿Por qué entonces no sabía de esto desde un principio? Todo lo que veía a mi alrededor eran objetos que deseaba, sin sospechar que lo que realmente quería todo ese tiempo eras tú.

Anfitrión: Está hecho de tal manera que mientras te encontraras en una situación en la que no me percibieras, vendrías a mí y crearías esa voluntad interna por ti mismo. 

Huésped: (Desconcertado) Pero si yo puedo crear esa voluntad dentro de mí, ¿dónde figuras tú?

Anfitrión: Soy yo quien creó en ti la simple voluntad egoísta, y continúo desarrollándola al rodearte constantemente con nuevos objetos de deleite.

Huésped: Pero ¿para qué es todo eso?

Anfitrión: El propósito es convencerte de que perseguir placer nunca te satisfará por completo.

Huésped: Puedo verlo. En el momento que consigo lo que quiero, el placer desaparece de inmediato, y de nuevo añoro algo más grande o completamente diferente. Por lo tanto, estoy en una caza constante de placer, pero sin nunca alcanzarlo del todo; en el minuto que lo tengo en mis manos, se me resbala.

Anfitrión: Y esa es precisamente la razón por la que desarrollas tu sentido de ti mismo y llegas a estar consciente de la inutilidad de este tipo de existencia.

Huésped: Pero si estuvieras por desarrollar en mi el panorama de cómo son las cosas en realidad, ¡entendería el significado y el propósito de todo lo que estaría ocurriendo! 

Anfitrión: Este cuadro es revelado solamente después que tú estés totalmente convencido de la falta de propósito de tu existencia egoísta, y te des cuenta que se requiere de una nueva forma de conducta. Necesitas conocer tus raíces y el significado de tu vida.

Huésped: Pero ese proceso dura miles de años. ¿Cuándo termina?

Anfitrión: Nada es creado innecesariamente. Todo lo que existe está allí con el único propósito de revelar a las creaciones una forma distinta de existencia. Ese proceso es lento porque cada pequeño deseo necesita aparecer y ser reconocido como algo que no vale la pena utilizar en su forma preliminar.

Huésped: ¿Y hay muchos deseos de ese tipo?

Anfitrión: Muchísimos, y en proporción directa al placer que tú recibirás en el futuro. Pero el placer de recibir la comida no cambia. Tú no puedes comer más que un almuerzo por día. La capacidad de tu estómago no cambiará. Por lo tanto, la cantidad que llega de mí y que es recibida por ti no cambia. 
Sin embargo, cuando tú cenas en mi mesa para complacerme a mí, ese pensamiento específico crea en ti una nueva voluntad de comer y un nuevo placer, aparte del placer de la comida. Ese placer se mide según tamaño y poder, o en cantidad y calidad, según la cantidad de placer que obtienes al cenar en mi mesa con el fin de satisfacerme.

Huésped: Entonces, ¿cómo puedo aumentar mi deseo de recibir placer para tu beneficio?

Anfitrión: Eso depende de tu aprecio y respeto por mí. Eso depende de cuán grande me consideres.

Huésped: Entonces, ¿cómo podría aumentar mi aprecio por ti?  
Anfitrión: Para eso, simplemente necesitas saber más sobre mí, verme en cada acción que desempeño, observar y estar convencido de cuán grande realmente soy. Estar totalmente consciente de que soy omnipotente, compasivo y benévolo.

Huésped: Entonces, ¡manifiéstate!

Anfitrión: Si tu petición proviene de un deseo de conferirme, me revelaré. Pero si proviene del deseo de agradarte a ti mismo al verme, no sólo me abstendré de revelarme a ti, sino que me ocultaré todavía más profundamente.

Huésped: ¿Por qué?, ¿acaso no te da igual la manera que sea en la que reciba de ti? Después de todo, tú deseas que disfrute. ¿Por qué ocultarte de mí?

Anfitrión: Si me revelo por completo, recibirás tanto placer por mi eternidad, omnipotencia y plenitud, que no serás capaz de aceptar ese placer para mi beneficio. Ese pensamiento ni siquiera te cruzará por la mente, y luego, te sentirás nuevamente avergonzado. Además, debido a que el placer será perpetuo -tal como lo hemos visto con anterioridad-, eliminará tu deseo y de nuevo quedarás sin voluntad. 

Huésped: (Finalmente percatándose) Así es que esa es la razón por la que te ocultas de mí, ¡para ayudarme! Y yo pensé que era porque tú no querías que te conociera.

Anfitrión: Mi deseo más grande es que tú me veas y que estés cerca de mí. Pero, ¿qué puedo hacer si en ese caso no serías capaz de sentir placer?, ¿no sería eso lo mismo que morir? 

Huésped: Pero si no tengo conciencia de ti, entonces, ¿cómo puedo progresar? Todo depende de cuánto te reveles a mi.

Anfitrión: De hecho, solamente la sensación de mi presencia crea en ti la capacidad de crecer y de recibir. Sin ese sentido, tú simplemente consumes todo y, de inmediato, dejas de sentir cualquier placer. Por eso, cuando aparezco ante ti, sientes vergüenza, la sensación del que otorga, y la voluntad de recibir los mismos atributos del proveedor.

Huésped: Pues, ¡revélate a mí lo más antes posible!

Anfitrión: Lo haré, pero solamente hasta el punto que sea para tu beneficio, pese a que siempre me habría gustado aparecer ante ti. Después de todo, me oculto a propósito, a fin de crearte condiciones de libre elección. De esta manera, puedes ser libre de actuar y elegir cómo pensar independientemente de mi presencia. No habrá presión por parte del anfitrión.

Huésped: Entonces, ¿cómo te revelas a mí?

Anfitrión: Lo hago lenta y gradualmente. Cada nivel de revelación es llamado un Mundo, desde el nivel más oculto al más expuesto.


FIN

 

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