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Memorias de la viuda de Rabash

 

memorias

Un vistazo a la vida de Rabash (Rabí Baruj Shalom Ashlag), contado por quien fue su compañera en sus últimos años

Rav Dr. Michael Laitman

Nosotros, la “rabanit” (nombre dado a la esposa del rabí) Feigue Ashlag, viuda de mi maestro, y yo, decidimos organizar una pequeña reunión de recuerdos. Recordarnos a nosotros mismos y contar a los demás, a aquellos que se interesan, sobre cosas ocurridas en nuestra presencia de hace diez a quince años atrás. Cómo veíamos el mundo de hoy, un mundo en el que la sabiduría de la Cabalá está irrumpiendo a él con fuerza.

Creo que todo lo que nos cuente la esposa de mi Rav será muy interesante, necesario y requerido también para la generación de hoy y para las generaciones venideras. Entonces, sumerjámonos un poco en el pasado…

Pregunta: ¿Cuál es el recuerdo más común que tiene? ¿Cómo se encontró con él?

Feigue: A Rav y a usted, o mejor dicho a usted y al Rav, ya que fue ese el orden. Toda la vida busqué la verdad, al Creador. Creía que el alma es inmortal. Tenía claro que el “yo” del hombre es acumulativo y nunca acaba.

Finalicé mis estudios en el instituto de medicina y quería ser sicóloga. Quería saber cómo está compuesto el cerebro, cómo dominar mi “yo”, para no ser llevada por las corrientes de la vida como una astilla de madera sin rumbo. Tenía un verso que decia así: “¿Cómo aprender a manejar la vida, entrar en ella y no como una astilla?”. Esa dirección en pos de la meta, esa búsqueda, me condujo a la teoría del espíritu. Fui una buena sicóloga. Vivía en una casa en la ciudad de Caesárea, íbamos al teatro, a ballet, todo “como tiene que ser”. De pronto, a los cuarenta años de edad se me despertó una sensación de vacío, que antes no me imaginé que se pueda llegar a ella. Hasta ese momento había escuchado de esta sensación de parte de mis pacientes. Saqué de un bolsillo una esquela que estuvo allí durante diez años desde que llegué a Israel. Era la dirección del “Seminario de Cabalá”. Empecé a entrar en eso.

La hora de la charla era para mí como la vida entera. Cada muchacha que se sentaba a mi lado durante la charla, se convertía en un ser querido para mí, más que mis amigos más allegados. Me sentía asombrada: “¿Cómo puede ser?” Era un acercamiento espiritual. Ya entonces comencé a entender que las personas son cercanas por sus opiniones, sus anhelos, y no por cercanía familiar.

Esto era extraño: con esta chica me sentaba en silencio y me sentía que estaba justamente donde tenía que estar. Con mis familiares en Caesárea, en el ballet, en la “cumbre” a la que pertenecíamos, sentía soledad, sentía que me ponía una máscara.

Una vez, en la charla, escuché sobre Rabí Akiva y me dije: “he aquí alguien más sabio que tú”. Este fue un momento de entrega. Me entregué cuando comprendí que debo estudiar, tomar responsabilidades para responder a este ideal, pasar a ser como Rabí Akiva. Quiero decirles que esa fue la exigencia, ni un poco menos.

Si este punto se despierta en el hombre, yo pienso que este siempre sentirá que es el más sabio de todos e incluso el único en el mundo. El hombre debe considerar a alguien por sobre sí mismo. Yo coloqué allí a Rabí Akiva. Después de esto comencé a hacer “Netilat Yadaim” (ritual de lavado de manos) – si Rabí Akiva lo hacía, yo también lo haré. Muchos años, hasta el día de hoy, lo seguí haciendo.

Después de esto, mi hija y yo llegamos al seminario de maestras. El estudio era interesante, según la tradición ortodoxa. Estábamos muy satisfechas, y de pronto, un año después, yo y mis dos hijos nos sentimos atraídos por otra cosa.

A propósito, mi hija llegó a la Cabalá de forma independiente. A pesar de todas las oportunidades que tenía de quedarse en Canadá, en Paris, ocupándose en arte, de repente dijo: “Yo quiero saber, ¡para qué vivimos!” Yo no la influí para nada. Por lo contrario, traté de esquivarla, para no presionarla. Ella llegó a todo eso por sí sola. De repente, mi hijo menor me dice: “quiero ser Jasidico”. ¡Antes de eso nunca habíamos escuchado esa palabra!

Pero todo empezó cuando llegó a nuestras manos un libro del Rav Laitman “Cabalá – la Torá oculta”. El primer libro, que después me enteré que el Rav Baruj lo obligó a escribir. A su discípulo personal. Para ese libro estudió con él tanto tiempo. Rav Laitman escribió todo en ruso, todo lo que absorbió durante un año de estudio para escribir ese libro.

En realidad, Rav Baruj le indicó que diseminara ese libro. Yo estuve presente cuando lo escuche decirle: “¡dispérsalo en todas las bibliotecas! ¡Manda!” El mismo Rav Laitman fue el editor, el impresor y el que lo distribuyó con su coche.

Ese libro cayó en mis manos de casualidad, cuando estaba buscando qué entorno elegir. Ya entonces comencé a comprender… ¿por qué? Porque leímos en Salmos sobre la “compañía de escarnecedores” – “…en compañía de escarnecedores no te sentarás”, que según el sabio de Vilna quiere decir: “no te sientes entre los que estudian Torá y no desean ser corregidos por ella”.

Comencé a buscar el entorno más adecuado para mi desarrollo. Todo esto fue de forma inconsciente. Participé en cursos en distintos centros religiosos ortodoxos. Viaje por todo el país para ver qué corrientes existen en el judaísmo. Así llegué a Safed, allí conocí una mujer que leyó un libro del Rav Laitman. Me lo dio y junto con mi hija comenzamos a leerlo. De pronto entendimos que esto era lo que queríamos, que es así como queremos vivir. Este libro simplemente nos dio vuelta la vida. Al final, gracias a ese libro y como consecuencia de él nos encontramos después de un año en Bnei-Brak (ciudad de Israel, situada en la periferia sur de Tel Aviv, de población mayoritaria religiosa).

Una vez le traje al Rav Laitman una señora para que la cure. Habían rumores que él ayuda a los enfermos. No sabíamos de qué se trataba exactamente. Ella me pidió que la llevara a él. Rav Laitman la escuchó, y luego me preguntó: “¿qué es lo que usted quiere, de verdad, señora?”

Le contesté: Mire, mañana es Yom Kippur (día del perdón) y estoy sin nada, no tengo nada. Hay una fabula que cuenta que el rey David llegó al baño público y de pronto descubrió que “estaba desnudo y no tenía nada”. Después de haber estudiado prácticamente 3 años en el instituto de la Cabalá y en forma muy seria en los seminarios de los ortodoxos, sentí que no tengo nada.

Rav Laitman nos invitó para el Yom Kippur y dijo: “después tenemos el Yortzait (recordatorio de deceso) de Baal haSulam”. Vine con mis dos hijos… fue muy interesante participar de la comida antes de la entrada de Yom Kippur en lo del Rav Laitman. Nos invitaron a rezar en la sinagoga de Rabash. A la tarde hubo una comida en conmemoración del deceso de Baal ha Sulam. De pronto hubo una conmoción. Rav Laitman se acercó y dijo con mucha simpleza: “Aquí llega el novio”. O sea, un novio para mi hija. Le dije: “¿de qué novio me habla a los diecisiete años?”

Volví a nuestra casa en Jerusalén después de Yom Kippur sabiendo que ya tenía novio para mi hija. Ella tenía diecisiete años y había asimilado la vida religiosa y recién empezaba a estudiar en un instituto religioso. Aun estábamos en una gran duda al respecto.

Después de una semana me llamo Rav Laitman y me dijo: “Usted es una señora madura, debe decidir por su hija”. Llamé a mi hija y le dije: “Viaja de inmediato a ver al Rav Laitman, el te requiere”.

En ese momento le presentaron otros dos muchachos muy atractivos para elegir: uno muy interesante que estudiaba en la Yeshivá (colegio talmúdico), y el otro – un muchacho americano. Ella se encontró con el novio que el Rav le sugerió. Era un joven cabalista, alumno del Rav Baruj (Rabash), que este le permitió estudiar a pesar de no estar casado aun. Se trataba de un caso muy especial. En verdad era un muy buen muchacho. Rabash había guiado a Rav Laitman cómo hablar con nosotras de tal forma que no preguntemos nada. Yo no pregunté sobre la edad del novio, quién son sus padres o cual es su profesión. No sé cómo sucedió esto ya que yo soy muy meticulosa y sospechosa…

Mi hija dijo: “él es uno de los nuestros”. En ese tiempo ella ya había leído el libro de Rav Laitman y hacía un año que trataba de comprender la interioridad de la Torá. Todos sus asuntos espirituales estaban alrededor de esto. De esto hablábamos y  eso era lo que buscábamos.

En realidad, todo se decidió en una sola tarde. Nadie me dijo que yo tenía que dejar mi trabajo en Jerusalén o que debía mudarme. Se hablo únicamente de que hay un novio para mi hija y que parece ser un buen muchacho…

En aquellos tiempos, Rav Baruj Shalom Ashlag y Rav Laitman viajaban asiduamente a la ciudad del norte – Tiberias,  por unos días (cada semana o por lo menos cada dos). La esposa de Rav Baruj, la Rabanit Yojeved, llevaba seis años paralitica. Sufrió mucho durante su vida, pero a pesar de estar muy enferma se esforzó para mantenerse siempre en alto nivel. Era muy aristócrata…

Los viajes de Rav Baruj y Rav Laitman provocaron dificultades dado a que la rabanit se quedaba sola y Rav Baruj no podía pedirles a las hijas que la cuidaran todo el tiempo. A él no le gustaba pedir nada a nadie. Si así lo hacía, luego se sentía muy en deuda.

Rav Baruj y Rav Laitman hacia un tiempo estaban buscando una señora que pudiera encargarse de la paralizada rabanit. Yo no estaba enterada de eso pero una vez dije: “quiero dejar la siquiatría y hacer lo que pueda por el gran sabio”. Rav Laitman llamó de inmediato y pidió permiso al Rabash para visitarlo conmigo. Llegamos y yo me senté sin entender nada. Ellos decidieron todo…en menos de un mes mi vida cambió por completo. Entré a ese entorno, a las reuniones de los Jasidistas, a los banquetes.

Nosotros (yo, mi hija y mi hijo menor), sin entender nada, llegamos a un lugar en el que todo supuestamente tenía que ser lindo y pulcro… habían allí mesas enormes, y gente sentada y bebían mucho, limpiándose las manos con el mantel…

Pero junto a esto, siempre se sentía un orden muy claro. Ya desde los primeros días. Todo se manejaba de forma muy clara, planificada: cuando el Rav hablaba, ¡tenía que haber silencio! Y a la vez, estos banquetes jasidicos eran muy extraños. Luego me acostumbré tanto, que no podía comer en ningún restaurante.

Un mes después, mi hija se había casado. El casamiento fue muy alegre. Había gente que me dijo: “te has vuelto loca…” En aquellos tiempos, la Cabalá era una palabra temida. Todos los rabinos de mi vida anterior me dijeron: “¡estás dando un paso muy malo!” Pero cuando llegaron al casamiento, lo pasaron muy bien. Vieron a Rav Baruj y la alegría, la gente que estudia la sabiduría de la Cabalá – la parte interna de la Torá. Rav Baruj solía evitar salir a conversaciones públicas. Se escondía también de los rabinos.

Venían a él rabinos muy honorables, pero él ni los dejaba entrar a su recinto. Se quedaban fuera del umbral, y él les agradecía pero no los hacía entrar a su casa. No sé por qué. Pero recuerdo que era así. Fuera de Rav Laitman, al cual invitó y obligaba a que se quedara el mayor tiempo posible para estudiar, no dejaba a nadie entrar a su casa.

Cuando falleció la rabanit, yo ya estaba profundamente en el estudio de la teoría de Baal ha Sulam y los artículos de Rabash hacía más de cinco años. Él me hizo entrar a su casa, porque por la rama y raíz no puede estar soltero. Pero naturalmente pudo haber elegido entre miles de mujeres.

Pregunta: Pero él dijo: “Ella quiere tanto estar cerca del origen, y de todas formas no podremos encontrar otra mujer, y esta mujer será mi esposa”.

Feigue: Cuando falleció la rabanit, se dio así, que yo entre en la casa. Los parientes del Rav no entendían lo que hacía. Querían que eligiera una mujer de unos setenta años, de los círculos distinguidos, y no una mujer de cuarenta y cinco años y con un hijo…

Hay que decir, que yo lo molesté durante cuatro años. Yo había renunciado a mi especialidad médica, había salido del sindicato de médicos y atendía a la rabanit rigurosamente, con dedicación, para darle a Rav Baruj y a Rav Laitman la posibilidad de viajar a Tiberia, y salir todos los días de la casa por cuatro horas cuando el Rav se aislaba y salía a pasear en el mar, o para ocuparse de sus cosas. En ese tiempo yo cuidaba a la rabanit, renunciando a mi carrera y mi posición de medico.

Yo estaba muy entusiasmada con esto. Durante cinco años tuve el privilegio de preguntarle preguntas al Rav todas las mañanas. Las mujeres de sus alumnos, los que Rav Laitman trajo del instituto de Cabalá, también le escribían notas. Pero después, cuando Rav Baruj les permitió estudiar, juntarse, ellas dejaron de interesarse. Rabash dijo: “Mira, ahora puedo comunicarles todo a través de ti”, y así decía y grababa en casetes, con muchísima claridad, todas las respuestas. Podríamos tener muchos más registros privados suyos dirigidos a mujeres… pero ellas dejaron de interesarse en esto casi por completo. A causa de ello, ese grupo casi se desintegró. Cada uno se fue por su lado.

Las mujeres, de hecho, construyen y también destruyen. Pero gracias a esas mujeres que quisieron saber (las esposas de los alumnos), Rav comenzó a escribir artículos. Esa fue la causa. El deseo de las mujeres condujo a que él empezara a revelar datos sobre el trabajo interior.

…Así nos encontramos en Bnei-Brak en el término de un mes. Lo más gracioso es que yo no lograba diferenciar al Rav de los alumnos, todos usaban sombreros negros y barbas, y esto a pesar de que yo ya entraba a su casa y había comenzado a interesarme en las escrituras de Baal ha Sulam y preguntar preguntas al Rav.

Es interesante que Rabash nunca miraba a las personas directamente a los ojos, especialmente a las mujeres, pero él siempre veía todo. Yo recuerdo cuando dijo por primera vez: “Ahora te veo los ojos”. Esto fue cuando me invitó después del deceso de la rabanit.

Entonces me quede sin ocupación y le escribí a Rav Baruj para que me aconseje que hacer. Presenté mi candidatura y fui recibida como directora del departamento de siquiatría en la cárcel, y recibí la tarjeta de identificación para entrar… sentía una sensación terrible: ¡comenzar a trabajar allí, con todo mi entusiasmo! Entonces le escribí pidiéndole su consejo. Y Rav Baruj Shalom Ashlag me invitó a través de Rav Laitman. El encuentro ocurrió en la casa de Rav Laitman en presencia de la rabanit Laitman, la esposa del Rav Laitman.

Rav: Eso fue muy poco común. Les hicimos el compromiso en la sala de nuestra casa.

Feigue: Yo llegué y él me dijo: “¿tú escribes que tienes oportunidades, y que no deseas servir las enfermedades mentales, y que es al Único al que quieres servir? ¿Al Único, incluso los sábados, estás dispuesta a servir?” Yo siempre dije y pensé que “Él levanta del polvo al hombre”. ¿Qué podía decir? Estaba feliz. Aunque todo eso ya estaba flotando en el aire hacían ya unos años…

Luego Rabash contó de esto en su casa y en la sinagoga. Fue un acto de gran coraje, que completó todos sus actos desde los años setenta hasta su deceso.

Sobre esta época especial en la actividad de Rav Baruj quiero hablar. En esta época él había recibido a Rav Laitman al círculo de sus alumnos y a su casa, y luego introdujo a la sinagoga el grupo de personas que buscaba la verdad, pero estaban muy alejados de la religión.

El Rav, entre los cincuenta a los setenta años finalizó su desarrollo espiritual después del deceso de Baal ha Sulam. Nosotros no sabemos de esto y no hablamos de eso, pero según su diario, que fue reservado, se ve que pasaron muchos años hasta que salió de la dependencia de su padre – Baal ha Sulam, y finalizó su desarrollo espiritual personal. Luego tomó una decisión muy brava – tomar como alumnos personas que estaban lejos de la Torá, aquellos que estudiaban en seminarios sobre Cabalá, pero no estudiaban la Torá.

Todavía antes de ello el Creador trajo a él al Rav Laitman. Yo pienso que no fue él quien llegó al Rabash, sino que Rabash fue quien maduró y tuvo necesidad de entregar a alguien todo lo que adquirió, todo lo que recibió de boca de Baal ha Sulam. La información que antes nunca nadie transmitió ni anotó. Baal ha Sulam le permitió tomar notas porque sabía que esto era el fin de la cadena de entrega de información cabalística directa del maestro al alumno, “de boca en boca”.

Baal ha Sulam mando quemar las anotaciones personales. Pero durante 30 años le permitió a Rav Baruj anotar sus comentarios. Es un material muy especial, porque es un proceso de trabajo interno – lo que es transferido “de boca en boca”. Anteriormente no se permitía documentar todo eso en escrito. No han quedado muchas anotaciones de esas observaciones y expresiones de Baal ha Sulam, que Rav Baruj fue juntando, su hijo y su alumno, sin quejas ni demandas.

Al llegar a los setenta años, Rav Baruj estaba lo suficiente preparado como para revelar y entregar todo eso. En los años 70  sintió que llegó el tiempo de preparar el terreno para la revelación completo de la que se venía hablando, que debía comenzar en el año 1995. 25 años de preparación, detalles muy meticulosos de la fase de preparación del trabajo interno – para que en el año 1995 la sabiduría de la Cabalá sea revelada a las masas. Ellos pertenecían a la fase preliminar, pero con todo, aptos para los escalones superiores y niveles de desarrollo humano.

“Shamati” y otros artículos del gran Rav son adecuados también para principiantes, pero según tu nivel de desarrollo vas viendo la infinita profundidad que hay en ellos. En la medida que vas creciendo, cada vez estarás nuevamente en un nuevo escalón inicial. Ahora yo me refiero a esos artículos como a un origen infinito en profundidad. Sirven para todos los niveles.

Obviamente, Rav Baruj sufrió de algunas limitaciones idiomáticas, dado a que toda la sabiduría sobre el alma eterna del hombre va desarrollándose, se entrega y se renueva, y Rav Baruj sintió que se deben renovar los medios de entrega a la generación moderna.

No podríamos entender al Baal ha Sulam. Rabash se colocó en el punto de encuentro entre Baal ha Sulam y nosotros. Explicó a Baal ha Sulam y lo convirtió en más fácil de comprender, creó un idioma que llega directamente al corazón del hombre. Pero es que también entre Rabash y la nueva generación tenía que aparecer alguien: aquel al que se le entregaría todo esto, para que desarrolle en adelante la propia técnica de entrega.

Los logros espirituales mismos no son entregados. Son transferidos los medios para conseguir el atributo de otorgamiento – es lo que los justos entregan. Por lo tanto no hay temor de aprender según sus libros. Cada uno toma de ellos únicamente lo que es necesario para él para conseguir corrección.

Cuando la necesidad de entregar sus conocimientos llegó al fin de su maduración, Rav Baruj descubrió que no tenía a quien entregárselo. Y eso fue lo que “atrajo” a Rav Laitman, que “simplemente dobló en el semáforo a la izquierda y llegó hasta la casa frente al huerto”. Podría haber doblado en otra dirección…

Eran muchos los que estudiaban en lo de Rav Baruj. Pero de forma tan dirigida y personal estudió sólo con una persona – con Rav Laitman, que lo trajo el Creador.

Cuando vinimos a Bnei-Brak, vimos allí el grupo que ya estaba formado como una comuna. Rav Laitman estaba muy orgulloso de ver a todos juntos. Pero con el tiempo, me di cuenta, que a pesar de todo –no era eso justamente…

Hoy en día comprendo que seguramente la intención de Rav Baruj no era la unificación del grupo y no la educación de grandes sabios. Él necesitaba el grupo para tomar sus deseos y elevar al mundo espiritual el anhelo por la espiritualidad de la generación de nuestra era.

Él anhelaba tanto que se le cuestionara y aspiraba tanto a que le hagan preguntas. Tres meses antes de nuestro casamiento, me llamaba todos los días y  me preguntaba durante cuarto de hora: “¿cuáles son tus preguntas?”Mi situación era dificultosa ya que tantos eran los que se oponían al matrimonio y yo me sentía tan avergonzada, que no podía preguntar nada…

Entendí que para él las preguntas eran vida. Él juntaba preguntas, dolores, problemas. Hubo un caso cómico: le exigió al Rav Laitman que averiguara a través de su esposa, la rabanit Laitman, los datos sobre todos. Él quería saber que motiva a estos hombres modernos, que estaban tan lejanos a él. Rav Laitman, lealmente, le pasaba los datos sobre la vida de estos cuarenta hombres. Cuando se paraba en la entrada, Rabash escuchaba todo lo que Rav Laitman le contaba durante horas…

Todo lo absorbía, y luego comenzó el gran trabajo – empezó a escribir artículos. No había duda que estaba encaminado hacia la diseminación. En ese entonces muchos eran los que no lo entendían. Creían que esa diseminación era sólo para un grupo específico, pequeño. Ya no llegaba gente nueva que se interesaba. Rav Laitman trajo cuarenta hombres – y ahí se acabó.

Rabash les dio mucho amor y paciencia. Él dijo: “yo los trato como con guantes de seda, me comporto con ellos como si fueran niños”. Todo se hacía para lograr entregar, precisamente a esas personas, eso que les ayudaría a hacer la elección entre el bien y el mal, entre fe y conocimiento, ayudarlos. Pero no necesariamente  a esos cuarenta hombres, sino al resto, a toda la humanidad a través de ellos. Rav Laitman no volvió a escribir libros después de aquel que me llevó a mí allí.

El último acto de Rabash, fue un hecho muy fuerte, por el que atrajo hacia sí una “prueba” grande que parecía que era necesaria para él para completar la comprensión de la exigencia de la última generación. Esto fue cuando me introdujo a su casa como la nueva parte femenina en su nuevo camino. Con este acto finalizó su salida -  su revelación a la generación. Rav Laitman visitaba la casa asiduamente y constantemente.

Los hechos con los que se topó con mi llegada, parece ser que lo asombraron. Por ejemplo, hubo un caso así en la guerra del golfo. Rabash se comportaba como siempre. Pero yo había entrado en un estado tremendo de miedo. Él no dijo nada. Y con todo, parecía que él quería que yo me comportara normal. ¡Él no entendió el grado de mi ansiedad! Él no entendía cómo puede haber una persona que cree en el Creador, que clama tener contacto con el Creador, viviendo tal ansiedad. Pero, resulta que al estar junto al cabalista pierdes el resto de tu última fuerza y la fe… yo creo que él no logró entender mi falta de capacidad de creer en el Creador.

A la gente le gusta comentar sobre milagros que crean los cabalistas… si Rav Baruj hacía algo, él lo hacía en absoluto secreto. Pero yo, como mujer de vista muy aguda vi que de pronto Rabash adelgazaba – su bata quedaba holgada sobre él, su cabello se tornaba amarillento. Luego entendí que eso ocurría en tiempos de plegaria muy fuerte para los demás. De hecho, bajaba hasta 10 kilos.

Por eso es que mantenía su peso: “yo mantengo mis 80 kilos”. Según su altura tenía que pesar 70, pero él se guardaba 10 de reserva. Una vez lo vi rezando en privado. ¡Había un fluido de energía!, que hasta yo comencé a llorar del temor, sin entender yo misma porque.

Pero él hacía todo eso escondido de todos. Era un amigo mayor, bondadoso, leal y bueno. No se podía hablar con él así nomas de algo. A veces tenía que escuchar sus palabras después de las clases: así nomás, estar parada como un tronco y escuchar, y pensé: “tengo un repollo al fuego”. Sólo después pensaba: “debería anotar lo que dijo”. Lo mismo cuando comíamos juntos.

Él siempre hacía todo rápidamente. Sólo al grano. No habían conversaciones vagas. A veces me preguntaba mi opinión sobre alguien. Yo contestaba y él decía: “si, ¡cómo lo has regañado! Una mujer sabe dar una crítica. Le va bien. Pero ser alumno – para la mujer es muy difícil.”

Rav: En general, era muy difícil ser su alumno.

Feigue: A las 2:30 se encontraban abajo en la sinagoga: Rav Baruj Shalom, sus alumnos y Rav Laitman, que tenía que estar primero porque el servía al Rav y era, de hecho, su mano derecha. Rav Laitman tenía que organizar todo. Era como un hijo, estaba a cargo de todo. Así como Rav Baruj fue con Baal ha Sulam, así era Rav Laitman con Rav Baruj, a pesar de que habían muchos interesados por servir al Rav Baruj. Podría haber elegido a los otros, todos estaban dispuestos a hacer lo que fuera necesario.

Rav: Una cosa, yo apenas lo acompañaba a los casamientos.

Feigue: Él tampoco gustaba de los casamientos. Él llegaba después de un casamiento y decía: “¡tres horas estuve sentado y no había con quien intercambiar una palabra! ¡Tres horas concentrarme dentro de mí mismo en ese ruido!”

Pero después de algunas bodas llegaba y bailaba en el corredor. Y me mostraba: “mira, así bailaba Baal ha Sulam. Cantaba y bailaba”. Y así se ponía a bailar a las 12:30 de la noche, y después estudiaba. A la 1:00 de la madrugada se iba a dormir. Y las 2:30 a la clase.

Hasta los 70 años comía principalmente naranjas y pan con cebolla, después de los 70 comía carne para completar su energía. A veces llegaba a las 10 después de clase y decía: “¡Qué clase tan difícil! ¡Y después de tantos años de estudio!”… llegaba de noche y finalizaba con alguna comida de carne…

Diariamente llegaba a las 7 de la mañana, comía bien y se iba a estudiar. A veces se recostaba a descansar unos breves minutos. Solo que a la par hacía algo, no dormía. Se recostaba cuando quería escaparse un poco de todos. Algo que dijo a mi favor: “Tú no me molestas”. A pesar de mi “yo”, él sentía que yo no lo molestaba. Eso ya era bueno. Luego se sentaba a las 7:30 y cantaba. Durante hora y media cantaba el “Talmud de Esser Sefirót”. Se sentaba, se balanceaba. Cantaba el TES todos los días. Luego, de las 9 hasta las 12 viajaban. Rav Laitman volvía a las 12-12:30 sumamente cansado.

Rav Baruj estaba como una “flor fresca” y ¡encima lo jalaba consigo al cuarto a estudiar! Decía: “¡ven, robemos a la Divinidad!” Rav Laitman iba con sus últimas fuerzas y Rabash le decía: “Y, ¿te escaparías si hubiera adonde?” – y estudiaban.

Después de esto, Rav Baruj comía en diez minutos. Otros diez minutos descansaba: se ponía el despertador a diez minutos, y después de cinco minutos ya se levantaba e iba a su cuarto a escribir o imprimir un artículo, hasta las 4 de la tarde. A veces dormitaba un poco reclinado sobre el sostenedor de libros.

Cuando era joven estudiaba 18 horas al día, ponía sus pies dentro de agua fría para no dormirse. Ahora estudiaban hasta las 4. A las 4:30 volvían a estudiar en grupo. Rav Laitman tenía que llegar allí y ya trabajaban hasta las 9 de la noche. Así era la vida.

Pregunta: Feigue, ¿han quedado todas esas anotaciones?

Feigue: Cuando entré a la casa como su esposa (después de haber cuidado a la rabanit enferma durante 4 años), vi que había muchísimo material. Pero llegado un momento mermó. No sé a quién le entregó el material, quizás a Rav Laitman.

Rav: Yo tenía parte de los materiales. Rabash quemó la mayoría de sus escrituras.

Feigue: Cada Pesaj, Rabash repasaba sus escrituras. Una vez incluso sacó una caja para que yo vea donde estaba todo ese material. Yo lo tome con muchísima emoción… Por ejemplo, el cuaderno donde fue escrito “Shamati”, nunca lo abrí. Tenía una sensación muy grande de respeto. De pronto de toda la masa de material quedó sólo una parte pequeña.

De todas formas, yo quiero decir que ¡él nos dejó porque nuestras demandas por la espiritualidad cesaron! No pudimos añadir más. No teníamos lo que preguntarle. Todos nos marchitamos, confiamos en él, vivíamos como si todo estuviera preparado para nosotros.

No enfermedades ni problemas, solo quejas de falta de dinero… pero en principio, no sucedió nada malo en esos años. Estábamos tan acostumbrados, que no teníamos más lo que pedir. Yo tenía esta sensación un mes antes de la desaparición del Rav.

Rav: Algo como una indiferencia absoluta. Como si hubiera descendido una nube y nos hubiera tapado a todos, como si nos hubieran puesto a dormir.

Feigue: En los 70-80 hubo un despertar y de pronto en los 90 hubo una verdadera calma. Esto se sentía mucho, y a él le dolía mucho. Porque cuando habían preguntas, búsquedas, él era otro completamente, se apegaba fuertemente… Llegaba de la clase y con una pregunta interesante desarrollaba las cosas más.

Aquí todo desapareció, silencio. Todos llegaban con problemas materiales… Yo le decía: Rav, ¿qué pasó? ¿Por qué lo molestan? “Nadie preguntó, ¿dónde está el Creador? ¿Dónde está nuestro amor hacia Él? ¿Dónde está nuestro avance?” Ninguna pregunta sobre la espiritualidad. Ya no dejaron notas con preguntas. Antes las mujeres pasaban pilas de notas. Yo me marchité por completo. Una vez me dijo: “siéntate, te explicaré en media hora el TES completo.” Y yo le contesté: “no ahora, en media hora…”

Yo quiero dirigirme a la gente: ¡No cometan otra vez esos errores! ¡Hoy no hay tiempo para decir “luego”! Si el Creador nos da la oportunidad de agarrar algo, ¡debemos hacerlo de inmediato! Hoy no podemos dejarlo para “mañana”. Hoy todo se concentró en el punto. ¡Cuánto lloré varios años después por esa reacción mía, por toda mi mezquindad! – es una pena que caigan lagrimas cientos de años después, Dios no lo permita.

Hoy debemos agarrar el hilo de salvación – en la teoría de Baal ha Sulam. Él complementa y nos entrega toda la Torá desde el primer hombre hasta nuestros días. La teoría que nos entregó Rav Baruj Shalom Ashlag, y se ocupó que llegue a manos de Rav Laitman, la persona adecuada para entregar en adelante la parte interna y más delicada de la sabiduría de la Cabalá, que necesitamos para sobrevivir espiritualmente y materialmente.

Yo considero que nos han ocurrido tres milagros, tres cosas que no son según la ley de causa y resultado. ¡Supuestamente no nos lo merecemos! “Milagro” – no es algo que proviene de nuestro privilegio o nuestra posición. ¡Es por sobre las causas y los resultados!

Primero – que se reveló Baal ha Sulam.

Segundo – que su hijo logró convertirse en su alumno y heredero, y Baal ha Sulam pudo entregarle su método. Y tercero – el Creador le dio a Rav Baruj la posibilidad de entregárselo a Rav Laitman.

Este es un triple milagro. Por supuesto que no planteo todo en una sola línea. No se acostumbra comparar los escalones de los justos. No hablo de eso. Los logros no se entregan. Se entrega la técnica del maestro cabalista – es el nivel de Luz que es captado por el alumno y entonces este puede continuar entregándolo. Y los alumnos deben recoger esta vestidura, la Luz. La captan a través del comportamiento y el estudio.  

 

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